lunes, 26 de diciembre de 2011
Nuevos moldes
jueves, 22 de diciembre de 2011
¿Qué quisieras, qué más quisieras, que el hombre artista, tú, mujer-artista?
¿Qué más radical deseo que el tenerlo si él te tiene, en la simetría ideal de el polvo que es Polvo y no partículas aisladas: el polvo, más el polvo, más el polvo...?
¿Qué más lejano, más presente, que la letánica mirada del Amado, que recuerda de lo sagrado algo, algo más oscuro que el deseo nunca desterrado?
domingo, 6 de noviembre de 2011
Una mañana
viernes, 4 de noviembre de 2011
Ensayo sobre las máscaras
domingo, 2 de octubre de 2011
Metro Tacuba, uno de octubre, nueve y media de la noche
Cuando anochece, cuando la canción, la vista
y el cansancio se entremezclan.
Un aroma perdido en el aire sugiere
algo que nos marca, que nos sigue.
Un sonido que recuerda algo, otra vez:
una canción.
Un hombre que de espaldas semeja a alguien
no antes visto.
La caricia imaginada,
el encuentro, el quererse comer las horas,
el querer ahorcarlas.
Sí, no hay más.
Las búsquedas erradas cayeron desde
el ningún lugar en donde habían sido guardadas.
Algo nos llama, a lo lejos...
Un hombre, una memoria nunca antes vista
se convierte en algo que recuerda algo.
viernes, 30 de septiembre de 2011
Retrato: una anécdota
Trato de evocarlo. Era nochebuena, una especialmente fría (o tal vez era que yo no había pasado muchas nochebuenas a la intemperie). Estábamos varios de nosotros reunidos en el patio de la casa de la tía Susana. Adentro también había gente, se escuchaban risas y música animada, como para bailar, aunque yo nunca fui mucho de eso. Trato de evocar bien las imágenes de ese recuerdo, así como evoco la suya, pero todo lo demás parece difuso, neblinoso, como siempre resulta en las memorias de anécdotas simples.
Así, entre conversaciones, bocados, tragos, miradas momentáneas, más risas, pláticas, aportaciones, a veces suyas, a veces mías, a la conversación, creamos una especie de vínculo que, aún sin habernos dirigido directamente el uno al otro en toda la noche, era más cálido que la sensación del tequila deslizándose por la garganta.
Hubo un momento, cuando todos los platos estaban siendo recogidos por la tía y la prima, en que el primo, el amigo, y aquellos que estaban sentados a mis costados se levantaron para salir de nuevo. Él se quedó quieto, con los codos recargados sobre la mesa, los labios recargados sobre los dedos entrecruzados de sus manos, y la mirada perdida, que luego encontró camino hacia la mía. Nos sonreímos.
En el patio, de vuelta, me habló de su vida, de su trabajo. Era alguna clase de editor aficionado a la fotografía. Tenía una voz grave, pero hablaba tímidamente. Cuando callaba para dejarme hablar, sus labios permanecían levemente entreabiertos, como para facilitar las sonrisas sutiles que se dibujaban en su rostro con frecuencia.
Los temas de la conversación no eran importantes, los recuerdo sólo de manera superficial. Un puente se creaba con cada mirada, con la cercanía física que era cada vez más normal, con el tono de cada palabra que oscilaba entre la dulzura y la curiosidad del otro. Rocé su mano accidentalmente y él la apretó. El alcohol hacía de las suyas, sí, pero no podría decirse que nos movíamos según meras reacciones etílicas.
En la madrugada de navidad se ofreció a llevarme a mi departamento. Nos despedimos de mi familia que estaba demasiado ocupada en esas conversaciones que hasta la fecha no puedo recordar. El otro amigo se despidió con el entusiasmo de la borrachera de las 3 de la mañana. Mi primo nos despidió sin recelo, con un simple "Con cuidado", y yo recibí todas aquellas normalidades con la extrañeza de quien sabe que no hay normalidad alguna en tales reacciones de tranquilidad, de confianza cotidiana.
Ya en mi departamento lo invité a pasar no estando muy segura de lo que pasaría a continuación. Preparaba café en la cocina cuando se fue la luz. Con las tazas en mano nos sentamos en el sillón bajo la ventana y alcancé a ver sus facciones bañadas por la tenue iluminación de la calle. Nos besamos. Recargué mi cabeza en su pecho y hablamos, de nuevo, de todo y de nada. Anécdota tras anécdota la madrugada se devoraba a sí misma, como la serpiente que se traga su propia cola, como una serie de fotografías cuyos detalles varían sólo muy brevemente. Sí, pensé que terminaríamos acostándonos, pero no fue así. No tengo ni idea de por qué. Tal vez el erotismo intrínseco en el tener todas las posibilidades de hacerlo, y siempre estar a punto de, y siempre, siempre quedarse en ese punto, era suficiente para nosotros, en ese momento.
Suponía que no lo volvería a ver. Se levantó del sillón para quitarse la chamarra. Y lo miré, así, un momento, de cuerpo completo: el pantalón, no tan ajustado, pero que entreveraba detalles de las formas que abajo de él se escondían; la playera azul oscuro pegada al cuerpo que formaba pliegues misteriosos alrededor de su torso recto y bien simétrico; la forma triangular de su espalda, que era ancha. Las sombras que cruzaban su rostro, la expresión que me indagaba, que se hacía y me hacía preguntas. Se sentó a mi lado. Me apretó una mano y me jaló hacia él. Nos recostamos en el sillón y así nos quedamos hasta que el negro de la noche se tornó gris. Se escuchaban los trinos de las aves. Un suspiro suave de sus labios a mi oído me despertó de un sueño en el que yo conocía a ese hombre desde todos los tiempos. Abrí los ojos. La luz de la mañana ya reverberaba en su cabello castaño y, en una suerte de cascada, le resbalaba por el rostro hasta tocar mi propia piel. Apretó su pecho a mi espalda mientras hundía su rostro en mi cabello.
-¿Qué nos espera? -dijo en un susurro que se desvanecía como el último eco en una cueva lejana.
Era navidad.
lunes, 19 de septiembre de 2011
Búsqueda
domingo, 11 de septiembre de 2011
viernes, 2 de septiembre de 2011
Carencias
Entremés
Ya nos habíamos mirado
Soñé imágenes conjugadas en tiempo pasado,
como palabras que tomaran color, y forma.
Con el pasado mismo que nos une, pero que pareciera no estar ahí.
Esta es, sí, sólo una imagen traducida.
Ya estuvimos bajo el mismo techo, ya
alguna vez, en el pasado. Ya nos miramos, seguramente.
... pero tú ya lo sabías.
lunes, 29 de agosto de 2011
Punto de encuentro
miércoles, 24 de agosto de 2011
Un cuento
jueves, 18 de agosto de 2011
Sobre genealogías malditas
martes, 19 de julio de 2011
El laberinto posterior
lunes, 18 de julio de 2011
Un sueño
domingo, 17 de julio de 2011
La isla y la noche
sábado, 16 de julio de 2011
Recuerdos
sábado, 11 de junio de 2011
Una lectura de Muerte sin fin, de José Gorostiza

Los primeros versos de Muerte sin fin se consolidan, desde mi perspectiva, como un Génesis del resto del texto. La mente viaja hacia el origen, regresa a la semilla de todo y, desde ahí, se transporta paso a paso a través de todo lo que concierne a la inteligencia del ser humano, y de todas las preguntas que es capaz de plantearse. Este Génesis deviene en la idea de un universo que toma conciencia de sí mismo y a través de este conocimiento traza una suerte de mapa para explicar su propia existencia y para todo lo que, a partir de esto, él producirá. Dice Arturo Cantú en su estudio sobre Muerte sin fin, titulado “En la red de cristal”: «Dios, como cualquier tipo de determinación sobre la materia».[1] Así pues, el inicio de este poema transcurre a través de los planteamientos que la voz poética se hace al observar el vaso y hacer las analogías correspondientes. Si bien esta primera fase no transcurre al iniciar un sueño como en el conocido poema de Sor Juana, sí es producto de una elevación que procede de la contemplación, por lo que el sueño, o mejor dicho el ensueño, está presente en todo momento del texto, en el origen mismo de las ideas y las imágenes. En el ya mencionado estudio Cantú hace una mención que parece avalar el planteamiento: «”Soñar” es lo mismo que concebir el mundo, pensarlo, ordenarlo, tarea de la inteligencia divina […].[2]»
La simpleza de un vaso, su forma básica y el agua que contiene es por sí mismo una metáfora simple de lo más complejo, como una figura a escala de todo cuando constituye al universo. No sólo hablando de un universo material, sino de uno que trasciende cualquier idea de materia que pueda tenerse. Como en un caleidoscopio las formas se entremezclan dando paso a nuevos matices y combinaciones. No es de extrañarse, pues, que el texto hasta cierto punto sea un ciclo cuyos puntos fundamentales esconden siempre una visión que va de lo escabroso, por la nimia condición del ser humano ante la grandeza de cuanto es parte, hasta lo que nos lleva a la total duda ontológica de la existencia de todo lo que es y lo que se supone que somos.
Otro elemento de suma importancia dentro del texto es la idea del sueño dentro del sueño y el mundo como sueño de alguien, de un demiurgo o inteligencia que aunque imagina, no ha creado del todo, porque la materia que contiene aún es informe e incapaz de sostenerse sin el soporte del vaso. El concepto de la inteligencia creadora que se pone en duda Un juego de espejos hace que las imágenes poéticas aparezcan embonadas aunque temáticamente pudiera decirse que no están directamente relacionadas. Es justo en este aspecto en donde puede notarse la relación entre la estructura del poema y el contenido: Todo está conectado desde las raíces aunque en la superficie esta conexión no sea del todo obvia.
El planteamiento que ya se ha sembrado en la mente del lector al inicio del poema, más adelante, en otras partes, resurgirá de nuevo como esa metáfora de la planta que regresa a la semilla, y la materia informe que regresa a su fuente. La vida no busca más que morir para volver al lugar de donde proviene. La gota se evaporará para regresar al mar. La inteligencia individual regresará a La Inteligencia. Con respecto a esto, hay dos partes que llaman la atención. La primera está presente en los versos 160 y 161: «¡planta-semilla-planta! / ¡planta-semilla-planta!», que recuerdan la concepción del tiempo cíclico: hechos que reflejados en espejos múltiples no son más que reproducciones de sucesos anteriores. Luego, el tópico aparece en el siguiente fragmento:
[…]
la forma en sí, que está en el duro vaso
sosteniendo el rencor de su dureza
y está en el agua de aguijada espuma
como presagio cierto de reposo,
se pueda sustraer al vaso de agua;
un instante, no más,
no más que el mínimo
perpetuo instante del quebranto,
cuando la forma en sí, la pura forma,
se abandona al designio de su muerte
y se deja arrastrar, nubes arriba,
por ese atormentado remolino
en que los seres todos se repliegan
hacia el sopor primero,
a construir el escenario de la nada.
Las estrellas entonces ennegrecen.
Han vuelto el dardo insomne
a la noche perfecta de su aljaba.[3]
El agua se evapora para regresar a las nubes, la vida regresa al principio cuando muy probablemente aún no era vida, como si el ser regresara al vientre materno y aun a la materia que hizo posible su creación; y las estrellas que ahora brillan se apagaran para dar paso a la oscuridad primigenia.
Más adelante se habla de la vida y la muerte como extremos del mismo ciclo, del mismo cordón. La muerte como el final de la vida, o la vida como el principio de la muerte. Si el mundo es sueño, y el hombre está en el mundo, el hombre es parte del sueño, y por lo tanto, habrá de desaparecer con éste.
Es llamativa la intervención final del Diablo que aparece en canciones de estilo más popular. La aparición de la antítesis de Dios nos sugiere algo; en mi opinión, un ruptura con la idea del Dios soñador como una inteligencia enteramente consciente de su creación; porque si bien la inteligencia creadora puede tener un origen en sí misma, también podría ser fin en sí misma: un ser que es principio y fin; y si nosotros somos el sueño de esta inteligencia, ¿qué pasará cuando esta despierte? Si somos aun la materia informe, el agua a través de la cual se puede apreciar el mundo entero, pero que no puede sostener forma alguna más que cuando es contenida, ¿qué pasaría si el vaso decidiera ya no hacerlo más, si abandonara definitivamente su cometido? Y si este mundo que es sueño fuera el de un soñador inexperto, pese a su naturaleza divina, que al despertar olvidará a sus creaturas y probablemente los orillará a la nada, ¿qué destino o razón de ser más poderoso podría tener el hombre más allá del caminar hacia su propia muerte con certeza de que es lo único verdaderamente ineludible? La muerte es el final, pero si esta pudiera mirarse ante un espejo reflejado en otro espejo, sus expresiones serían infinitas.
Bibliografía
Gorostiza, José, Muerte sin fin, 1ª ed., México: Colegio de México, 2009, 109 pp.
Cantú, Arturo, “En la red de cristal” en José Gorostiza, Muerte sin fin, 1ª ed., México: Colegio de México, 2009, pp.75-100
domingo, 6 de febrero de 2011
III. Profecía a tinta azul y negra
domingo, 23 de enero de 2011
II. Caminos que ya estaban ahí
Nos encontramos ahora.
viernes, 21 de enero de 2011
I. Algo que está lejos y está cerca
Alguna vez escribí un poema, cuyo inicio me gustó tanto que, pese a haberlo roto en pedacitos y tirado luego de ver que me sentía poco conforme con el estilo, es la única parte que aún conservo en la memoria y que a veces todavía repito para mí misma intentando siempre completarlo (aún sin éxito). Eretz Israel, sueño contigo... Hablaba de aquella tierra, como se habla del hombre amado, como se sueña con él.
Está lejos, está cerca... más cerca de lo que a veces estoy yo de mí misma. ¿Dónde quedó Deyvi Damar en todo esto? Él es la personificación de aquello que ahora deseo más que cualquier otra cosa. No hablo de él como se habla del hombre al que se ama, como alguien a quien amar, aunque sé que pudiera hacerlo, sino como la llave que abrió la puerta que durante mucho tiempo me negué a abrir por miedo a aquello que pudiera encontrar del otro lado. Y del otro lado, hoy descubro, está Israel.
viernes, 14 de enero de 2011
:.: Where :.:
Ella me espera, y yo juré que volvería.
Ella, la noble alma cuya mirada me atravesó la mente con violencia, y descubrió en mí la bondad. Ella, que incluso a mí me convenció de que hay luz en mi sombra. Ella, cuyos labios recorrieron la dureza de mi rostro con ternura. Ella, que tomó mi corazón entre sus manos y me hizo sentir por vez primera eso a lo que le llaman "calor".
Cuando desperté, ya no supe dónde estaba. Era un lugar extraño, con calles sin nombre, fachadas sin número y cielo sin estrellas. Llovía soledad, y no me dí cuenta de que estaba avanzando por que no escuchaba mis pasos. No encontré una sola alma, sólo un montón de personas. Miles de pares de miradas de desprecio. Rostros enfadados con quién sabe quién. Manos cerradas en puños, con nudillos pálidos por el frío. Voces de niños gritando cosas que nadie quería escuchar. Sonrisas apagadas por el canto de dolor de las hipócritas, que reclaman la pérdida de lo que ellas mismas desperdiciaron. Y en cada poro de mi piel erizada sentí la necesidad de un abrazo.
¿Dónde estaba ella?
Doblé por la esquina, y llegué a donde había una mujer desnuda vendiendo pétalos y tallos de rosas marchitas. Aprendí en sus manos que aún las espinas muertas hacen sangrar. Me atreví a pedirle me dijera dónde estaba, y su voz respondió un simple "estás aquí". Su mano sangrante tocó mi pecho, y por un instante me sentí en caída libre. Al abrir los ojos, descubrí su hermoso cuerpo muerto, y los pétalos negros volaban poco entre las gotas de lluvia, hasta ser derribados. Pero antes de alejarme, miré en su rostro muerto la más dulce de las sonrisas.
¿Dónde estaba ella?
MIré a los más jóvenes arrancándose pedazos de piel, para enrollarlos y fumarlos. Miré a los más viejos abriendo la boca con fuerza, gritando sin voz, como queriendo vomitar la poca vida que les quedaba. Miré a los más intrépidos sufriendo en el suelo, con los huesos rotos y las esperanzas muertas. Nadie más los miraba, y yo no podía alcanzarlos. Miré a todos, y no encontré a nadie. Sentí entonces el más grande de los miedos: que entre todos "ellos" estuviera ella, haciéndose pasar por una pieza más en el oscuro tablero. O tal vez no fingía y ya se había convertido en lo que ellos son.
¿Dónde estaba ella?
La brisa helada congeló mi piel, tan fuerte que no era capaz de sentir mis propias manos cubriendo mis brazos. La sangre se congelaba apenas salir de las llagas, y las lágrimas no se atrevían a estar afuera. No encontré abrigo ni piedad, así que corrí en busca de una idea. Y en un callejón vacío encontré mis juguetes rotos de cuando era niño, y reconocí entonces el sitio donde estaba. O más bien, lo recordé: estaba en mí sin ella. Estaba en lo que yo era antes que ella llegara. El lugar que antes era tan acogedor, ya no lo era tanto. El hogar ya no es el hogar. Después de conocer la belleza de ella, ya no había un "después".
Cumplí mi promesa: yo volví. Y ella me espera, pero no sé dónde. Quizá sea su destino esperarme por siempre, y quizá sea mi destino por siempre buscarla. Pero tal parece que nunca la voy a encontrar.
Lo que el corazón perdió, la mente no lo puede dar.