lunes, 27 de diciembre de 2010

Sobre el amor y la muerte


Transcribo aquí la mejor reflexión que he leído acerca del amor, extraída del libro Sobre el amor y la muerte (Über Liebe und Tod), de Patrick Süskind:

Lo que dice San Agustín sobre el tiempo se aplica igualmente al amor. Cuanto menos pensamos en él, tanto más natural nos parece; sin embargo, cuando empezamos a cavilar , nos metemos en un lío. Ese curioso estado de cosas se ve confirmado por el hecho de que, desde el comienzo de la historia de la cultura, el ser humano en calidad de artistas y, desde los tiempos de Orfeo, en calidad de poeta, se ha ocupado de pocos temas tan insistentemente como del amor. Porque, como es sabido, los poetas no escriben sobre lo que saben sino sobre lo que no saben, y ello por razones sobre las que tampoco saben pero quisieran saber sin falta. El no-saber, el no-sé-qué-significa-eso es el impulso primario que echa mano por primera vez al estilete, la pluma o la lira. (Furia, tristeza, euforia, dinero, etc., son completamente secundarios.) Si no fuera así, no habría poemas, novelas, dramas, etc., sino sólo publicaciones.

El amor parece ir acompañado de algo misterioso, que se conoce exactamente pero sólo se puede explicar de un modo insuficiente. De todas formas, eso afecta también al Big Bang o a la cuestión de cómo será el tiempo dentro de dos semanas. Y, sin embargo, la teoría del Big Bang y los pronósticos meteorológicos excitan a los poetas y su público mucho menos que todo lo que tiene que ver con el amor. Por consiguiente, debe de haber en éste algo más que lo simplemete misterioso. Evidentemente, se considera portodos como algo sumamente personal y de la máxima importancia, tanto que hasta el astrofísico, cuando anda cortejando, se interesa significativamente menos por el origen del universo... por no hablar del tiempo que hará.

Sin embargo, ¿no ocurre lo mismo con la respiración, la comida y la bebida, la digestión y la defecación? ¿Por qué, me preguntaba con frecuencia de niño, la gente no va a nunca al retrete en las novelas? Tampoco en los cuentos de hadas ni en la ópera, ni en el teatro, el cine o las artes plásticas. Una de las actividades más imporatntes, ocasionalmente más urgentes, incluso vitales del hombre no aparece en el arte. En cambio, éste se ocupa, una y otra vez, y con infinito detalle y variación, de los placeres y penas del amor, y de todos sus preámbulos y variantes, a los que, como se creía en otro tiempo, se podía renunciar por completo. ¿Por qué o ha habido en la historia de la Humanidad un culto al excremento, pero sí al pecho femenino, la vagina o el falo? La idea, aunque un tanto infantil, no es aberrante. En El banquete de Platón, el médico Eryximacos considera que el Eros no se manifiesta menos en el correcto llenado y vaciado del cuerpo que en la inclinación entre dos almas. Sin embargo, Eryximacos se encuentra entre los siete borrachines que se explayan sobre la esencia del amor, los orades más simples. Para él, como científicoel Eros no es más que un principio armonizador fundamental, por decirlo así, una constante física que trae el orden al mundo, y concretamente a todas las esferas imaginables, desde la agricultura hasta las mareas, desde la música hasta el hipo. Hoy, probablemente, definiría el amor como uno de los innumerables fenómenos causados por las enzimas, hormonas y aminoácidos. A nosotros nos parece trivial. Poco constructivo. Y además poco ilustrativo. Porque, al fin y al cabo, definir no significa generalizar, sino, al contrario, delimitar y demarcar lo general. Si queremos hablar del amor, del que por lo menos creemos saber que es algo muy especial, de poco nos sirve que alguien nos explique que se trata de un principio básico universal al que no están menos sometidas las mareas que el aparato digestivo. Lo mismo nos podrían decir que lamuerte es un fenómeno termodinámico, que afecta tanto a las amebas como a un agujero negro de la constelación de Pegaso... con lo que no nos habrían dicho nada. Ahora bien, puede ser que el amor tenga también sus aspectos físicos y químicos, mecánicos y vegetativos... Una cristalización lo llama Stendhal; en otro lugar, una fiebre; el enamoramiento es una embriaguez, dice Sócrates en Fedro, una enfermedad, una locura. Pero no una mala embriaguez, añade, sino la mejor que existe; y no una enfermedad dañina ni una auténtica locura humana en el sentido patológico, sino una manía inspirada por los dioses, que añora los dioses, una demencia divina que permite al alma prisionera de lo terrenal remontar el vuelo. Es cierto que el Eros no es un dios, ni bueno ni malo, ni hermoso ni odioso, sino un gran daimon, un mediador entre los hombres y los dioses, un acosador que inculca en los hombres el deseo de lo que les falta: lo bello, lo bueno, la felicidad, la perfección... todos los atributos divinos cuyo reflejo ve el amante en el amado... y finalmente también la inmortalidad. El Eros es «el amor que empuja a procrear y alubmrar en lo bello», como dice Diótima, «la más sabia de las mujeres», de la que Sócrates habla en El banquete. Y ese «engendrar y alumbrar», sin duda también el físico-animal, pero más aun el espiritual, pedagógico, artístico, político, filosófico, en una palabra, lo que llamamos lo creador, constituye la participación del hombre en la inmortalidad, porque sigue existiendo y actuando después de su muerte. «... En lo bello», dice además, lo que no carece de importancia, «engendrar y alumbrar en lo bello», es decir, precisamente en la nostalgia de esos atributos divinos de los que los hombres carecemos.

Esto resulta duro de tragar, pero su sabor no se ha estropeado en los últimos dos mil quinientos años. Desde las cancioncillas sentimentales hasta Fidelio y La flauta mágica, desde lsa novelas de quiosco al Anfitrión de Kleist todo lo que se escribe y se canta expresa el convencimiento de que el amor es algo sublime, celestial, redentor, y la terminología con que se canta o escribe sigue siendo hata hoy la religiosa. Con lo que se diferenciaría ya suficientemente de los excrementos.