domingo, 6 de noviembre de 2011

Una mañana

Contadas las horas del día
quedan mientras tus ojos se abren y miran
un momento
el techo y luego la ventana, y luego el recuerdo,
y luego a esa que soy yo,
que está más con tu cuerpo que contigo.

Caes en mis manos, deseo,
deseo andante, con nombre, con sueños,
caes aquí, 
aquí, en medio de mis piernas (y alegrías),
en medio de la nada, del mal intermitente,
del movimiento abrupto, de la voz que pide
corrupción a gritos sordos.

Contadas, pues, las horas de espera
de letras que son lunares en rostros lejanos,
y caricias de manos de ausencias que duelen,
de sabores fantasmas de labios-ensueños,
de vigilias... de vigilias.
Atrapado estás entre vigas de cristal suave
que se enlazan en tu espalda
como buscando apuñalarte.

Apuñálame tú a mí.
Entra en las cavernas que ante ti se abren
en una tierra de piel cálida, blanca arena;
escucha los ecos-respiraciones.
Porque juntos, tú, yo y la carne, nos iremos
en la muerte violenta del orgasmo.

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