sábado, 14 de enero de 2012



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Más o menos así te recuerdo; distante, de consistencia casi evanescente, neblinoso. Con esto no digo que haya detalles que con el tiempo se me hayan escapado. Sólo hago énfasis en lo inasible de tu carácter, en lo inefable de presencia. Tu figura era tangible, sí, pero tú: eso que se esconde detrás de tu mirada, siempre estabas por encima de las cosas, por encima de mí, incluso. No recuerdo un solo momento en el que haya logrado sentir que ese tenerte entre mis brazos, o estar entre los tuyos, fuese un verdadero acto de posesión, o de entrega. No. Tú siempre estabas por encima del mundo, de todo cuanto te rodeaba. No lo digo a manera de reclamo; es, más bien, otro de mis intentos de retratarte. Juro por la vida que no te estoy ensalzando. Todo cuanto digo, cuanto resalto, no es más que eso: distinguir en el recuerdo lo que es factible a confundirse; repasar las líneas de tu rostro, de tus expresiones, como se repasan las de una pintura que necesita restaurarse; recuperar los dibujos de tus palabras al viento; de tu mirada de espejos astrales, de fuego líquido.