jueves, 4 de diciembre de 2008

Sobre mi padre



Mi padre se llama Luis Huidobro Polo. No sé si aún sigue vivo. No conviví mucho con él en mi infancia. No me acuerdo de mucho acerca de esa época de mi vida (sí, la época en la que tuve un papá). Sin embargo, los vagos recuerdos que aun conservo, son bonitos. Lo quise mucho. Ahora me pregunto ¿qué será de él?, ¿seguirá vivo?, ¿me recordará? Quisiera verlo por lo menos una vez. Siento que así podría entender muchas cosas de mi misma. Yo me llamo Ducel. Nací el 14 de marzo de 1989. Mi madre se llama Dulce. Sólo pongo estos datos, por si algún día se le ocurre buscarme.


Actualización 2016:

Tengo 27 años. Por ahí de mis 21 lo volví a ver. Sólo diré una cosa: Me alegro de que no haya sido parte de mi vida. El señor murió ya hace un par de años. Aquí una nota que escribí en 2011 al respecto:



Sobre genealogías malditas

Mis dos apellidos provienen de hombres deshonestos que, según la tradición cristiana, se van a ir al infierno; según la budista, van a reencarnar en cucarachas (si no es que uno de ellos ya lo hizo) y según yo, sólo merecen vivir en este escrito, únicamente por la influencia positiva que sus malas acciones tuvieron en mi vida.

El Huidobro, por un lado, proviene de Luis Huidobro Polo, mi progenitor, al que no me atrevo a llamar ni padre porque jamás cumplió con dicha función. El bastardo éste se dedicó a procrear desde temprana edad, y no contento con romper el corazón de cuanta mujer se le atravesó, también tenía especial gusto por deslindarse de su progenie al grado de vivir sumamente tranquilo sin saber de ellos nunca más. Pero este comportamiento no era exclusivo para con sus hijos. Durante años evitó contacto con sus hermanos, y no derramó ni una sola lágrima cuando le informé de la muerte de uno de ellos. El señor Huidobro volvió a salir de mi vida cuando, después de unos días de feliz convivencia ficticia, me llamó desde su actual Yucatán y le pedí ayuda económica. Desapareció, y yo, por supuesto, lo maldije y le deseé la muerte con una vehemencia tal que si ahora alguien me pidiera que reviviera el momento, que repitiera todo lo que le escribí (porque el muy cobarde no se atrevió a hablar conmigo de nuevo) yo misma juraría que esas palabras no salieron de mí, sino de algo más oscuro, más lejano, que aunque vive en mí, no suele hacer acto de presencia nunca.

El Chacón, por otro lado, le pertenece al señor Rubén Chacón Chaboya, mi abuelo materno. Este hombre desposó a mi entonces joven abuela. De los hechos posteriores a esto, claro está, llegó mi querida madre al mundo. Luego, dejando embarazada a mi abuela por segunda ocasión, se largó por asuntos de trabajo y no se supo de él por largo tiempo. Mi abuela perdió a ese segundo hijo y, cuando en algún funeral abuelo y abuela se volvieron a ver, éste ya tenía otra familia. Una hermana de ella le recomendó demandarlo; ella sólo quiso un divorcio discreto, simple (tan simple como un divorcio pueda ser). Luego de esto, el señor visitó a mi madre con la frecuencia más propia para las visitas a familiares lejanos. Un dato curioso al respecto de este individuo es que yo recuerdo claramente haberlo conocido. La primera vez que yo lo vi, fue la última que lo vio mi madre. En aquella ocasión, en que yo tendría 2 años, mi abuelo me regaló un memorama de personajes de Disney. A mi mamá le dio boletos del metro para la regresada a casa, y tan tán. No volvimos a saber nada de él, nunca.

Pero, pese a lo que pudiera pensarse con respecto a esto, no escribo para quejarme de lo que subyace a mis apellidos, de mi genealogía maldita. Escribo, precisamente para lo contrario, para redimirlos. Porque algún día tendré un esposo, hijos, una familia que trascenderá cualquier rezago de dolor, o impulso inconsciente de repetición que el pasado (y sus integrantes) haya podido provocar en mi persona. No sé si haya tristezas genéticas o maldiciones familiares, pero esto, a manera de edicto, es precisamente la afirmación que nace de toda la Novela romántica que es la historia de mi familia. Yo soy mejor que eso. Y algún día estos dos apellidos sonarán menos a ellos, y más a mí.