viernes, 14 de enero de 2011

:.: Where :.:

(Un texto de mi amigo Raziel Gardel)


Ella me espera, y yo juré que volvería.

Ella, la noble alma cuya mirada me atravesó la mente con violencia, y descubrió en mí la bondad. Ella, que incluso a mí me convenció de que hay luz en mi sombra. Ella, cuyos labios recorrieron la dureza de mi rostro con ternura. Ella, que tomó mi corazón entre sus manos y me hizo sentir por vez primera eso a lo que le llaman "calor".

Cuando desperté, ya no supe dónde estaba. Era un lugar extraño, con calles sin nombre, fachadas sin número y cielo sin estrellas. Llovía soledad, y no me dí cuenta de que estaba avanzando por que no escuchaba mis pasos. No encontré una sola alma, sólo un montón de personas. Miles de pares de miradas de desprecio. Rostros enfadados con quién sabe quién. Manos cerradas en puños, con nudillos pálidos por el frío. Voces de niños gritando cosas que nadie quería escuchar. Sonrisas apagadas por el canto de dolor de las hipócritas, que reclaman la pérdida de lo que ellas mismas desperdiciaron. Y en cada poro de mi piel erizada sentí la necesidad de un abrazo.

¿Dónde estaba ella?

Doblé por la esquina, y llegué a donde había una mujer desnuda vendiendo pétalos y tallos de rosas marchitas. Aprendí en sus manos que aún las espinas muertas hacen sangrar. Me atreví a pedirle me dijera dónde estaba, y su voz respondió un simple "estás aquí". Su mano sangrante tocó mi pecho, y por un instante me sentí en caída libre. Al abrir los ojos, descubrí su hermoso cuerpo muerto, y los pétalos negros volaban poco entre las gotas de lluvia, hasta ser derribados. Pero antes de alejarme, miré en su rostro muerto la más dulce de las sonrisas.

¿Dónde estaba ella?

MIré a los más jóvenes arrancándose pedazos de piel, para enrollarlos y fumarlos. Miré a los más viejos abriendo la boca con fuerza, gritando sin voz, como queriendo vomitar la poca vida que les quedaba. Miré a los más intrépidos sufriendo en el suelo, con los huesos rotos y las esperanzas muertas. Nadie más los miraba, y yo no podía alcanzarlos. Miré a todos, y no encontré a nadie. Sentí entonces el más grande de los miedos: que entre todos "ellos" estuviera ella, haciéndose pasar por una pieza más en el oscuro tablero. O tal vez no fingía y ya se había convertido en lo que ellos son.

¿Dónde estaba ella?

La brisa helada congeló mi piel, tan fuerte que no era capaz de sentir mis propias manos cubriendo mis brazos. La sangre se congelaba apenas salir de las llagas, y las lágrimas no se atrevían a estar afuera. No encontré abrigo ni piedad, así que corrí en busca de una idea. Y en un callejón vacío encontré mis juguetes rotos de cuando era niño, y reconocí entonces el sitio donde estaba. O más bien, lo recordé: estaba en mí sin ella. Estaba en lo que yo era antes que ella llegara. El lugar que antes era tan acogedor, ya no lo era tanto. El hogar ya no es el hogar. Después de conocer la belleza de ella, ya no había un "después".

Cumplí mi promesa: yo volví. Y ella me espera, pero no sé dónde. Quizá sea su destino esperarme por siempre, y quizá sea mi destino por siempre buscarla. Pero tal parece que nunca la voy a encontrar.

Lo que el corazón perdió, la mente no lo puede dar.

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