lunes, 19 de septiembre de 2011

Búsqueda

Eran cerca de las dos de la mañana cuando la figura encapuchada rondaba la taberna, la cual estaba en su punto de mayor actividad. Las siluetas de todos los presentes eran visibles a través de las ventanas y se escuchaban voces, música y risas. Un hombre y una mujer salieron y comenzaron a besarse y a tocarse lascivamente. Se desplazaron, entre caricias, hacia el lugar más oscuro que encontraron y desparecieron. Había antorchas que señalaban el camino de cada lado de la puerta.

Te voy a matar, monstruo.

El héroe era celebrado según su merecimiento. Sus marinos, de igual modo, tomaban parte de los beneficios festivos que su señor ya gozaba. Varias mujeres con el torso desnudo reían y coqueteaban con ellos. Pero era Teseo quien estaba rodeado por cuantas podía contar con los dedos de las manos. Era el punto más álgido de la madrugada; sin embargo, adentro de aquel lugar la gente sudaba, bebía, y en algunos casos fornicaba.

Te voy a matar, monstruo.

El encapuchado entró sin ser notado en un principio. Teseo besaba a una mujer entre risas y tragos de vino. Un viento frío silenció el lugar de golpe, como el grito sordo de La Muerte que se extiende y que congela hasta al más bravo. Las mujeres gritaron, y los hombres se levantaron de golpe procurando alcanzar sus armas. Fue entonces cuando el héroe, aterrado, se dio cuenta de que aquel hijo bastardo de Poseidón, pero no menos amado por este, lo miraba fijamente. La luz, ahora trastornada por el movimiento convulso de todos los presentes, que huían, que se armaban, que se escondían, se reflejaba en sus ojos, como se refleja en los ojos de las bestias. Pero él no era una bestia, no del todo, no, era algo más. La luz de las antorchas refulgía detrás de él. La capa cayó, y aquellos cuernos de toro sobresalieron majestuosamente. Luego recuerdo un rugido, aterrador y apremiante, como el de un león, o como el de veinte (no sabría decirlo). Teseo se orinó del terror. Nadie se había (o se habría) atrevido a enfrentar al Minotauro, dando por hecho que el héroe finalizaría la hazaña que lo había marcado, que daría vida a la leyenda. Una cruenta batalla tuvo lugar ahí, sin duda. O eso fue lo que todos dijeron para no manchar el recuerdo de aquel joven que había salvado, alguna vez, a su gente. La verdad fue que los gritos horrorizaron de tal modo a los presentes, y a los curiosos, que todos, uno a uno, se fueron marchando. Sí, los gritos de aquel héroe, que luego de un forcejeo sin sentido, fue devorado lentamente. Los gritos... al fin cesaron, mas los rugidos del monstruo enfurecido no callaron hasta que de Teseo sólo quedaron trozos pequeños, que ya en la mañana los perros devoraron gustosos; y un letrero, escrito con la sangre derramada:


Ἀριάδνη



No hay comentarios: