viernes, 28 de mayo de 2010

La única carta de amor que he escrito.

Notas al pie sobre la memoria (1)



Meter la punta del pie al arroyo. Recuerdo(2) que la última vez que te conocí(3) hubo una punzada de algo, como hielo inyectado(4) que me atravesó. Llevé el hielo como una señal que me sacudía; desde aquel día toda yo fui hielo.

Trato de recordar, de re-formar(5) la primera vista.(6) La memoria es como un arroyo circular, lleno de peces.(7) Sólo recuerdo haber visto entrar a un hombre delgado que llevaba puesta una chamarra negra; recuerdo el acercamiento. Luego el hielo(8) esparciéndose después del golpe supremo, de la inyección. Ese leve cosquilleo inicialmente confundido con la mera empatía. Todos los momentos tan acordes construidos. La memoria no es más que sensación. La memoria es sumergirse en el arroyo y ser el arroyo; es la caricia del agua, la respiración artificial. Los recuerdos son los peces.(9) Todo lo que entra al arroyo circular, permanece ahí, aunque sólo en una ínfima parte de sí. Podría pasar(10) que quien se sumerja en la memoria tiempo(11) después, ya no encuentre a los mismos peces; lo importante es que los nuevos serán hijos de los anteriores, o serán los que se habrán comido sus restos, y entonces serán ellos mismos(12) en una nueva escala. Lo esencial permanece, aunque lo compuesto haya desaparecido. Yo no puedo hablar de recuerdos, entonces, porque dejaste tantos elementos de ti en mi memoria que es imposible no saber que fuiste la mujer que amé siendo mujer, el hombre que amé siendo hombre, el joven al que seduje siendo ya una mujer entrada en años; el esposo y la esposa tantas veces; la mirada entrecruzada un segundo por dos desconocidos en la Roma Augusta;(13) la última persona que me habló antes de alguna catástrofe de la que ninguno de los dos salió vivo. El recuerdo perece, la memoria permanece por medio de la sensación. Incluso tu olor(14) permanece en el arroyo. Siempre ha sido el mismo, en otra época tal vez acentuado por un cierto dejo de feromonas femeninas.(15) En ese entonces tus ojos eran grises .(16)

Me sumerjo en el arroyo. Dejaste indicios de ti por todos lados. Tanto así que no te costó más que un atisbo de mirada para provocar toda una tormenta, y un pedazo de palabra para que recordara tu voz, y un solemne acto de acercamiento para que supiera que, en efecto, ya habías tomado mi mano muchas veces, y que volverás a tomarla,(17) en muchos puntos de la historia, cuando los polos hayan invertido su carga magnética otra vez.(18)

Hubo, en alguna otra época, una vez en la que, tirados en el pasto, estuvimos toda la noche hablando sobre la historia que podrían contarnos las estrellas; disertábamos sobre la naturaleza de éstas. Mientras, tú apretabas mi mano izquierda intermitentemente como tratando de imitar el parpadeo de las luces del cielo. Tu cabeza estaba recargada en mis piernas, tan desmesuradamente(19) cerca de mi sexo que si no hubieses sido mi esposo, tendrías que haber sido mi amante.

En fin….(20) El 21 de agosto, de cada cuando, cuando nos encontramos, sucede algo similar. No es cuestión de hablar de lugares comunes, pero, en efecto, entre tú y yo ya hay un arquetipo de encuentro; en primera, está la alternancia: en una vida te toca a ti y en otra a mí. Ahora fue mi turno, y yo te encontré a ti. Después, está el momento del encuentro: el que encuentra entra primero al lugar, y después entra el encontrado. El que encuentra duda de si el que entró es el que era buscado, después, por alguna razón sabe que es él. El que encuentra se acerca y el que era buscado se sabe encontrado, ya que una pequeña sensación intimidación se apodera de él. Y es que la conexión se hace más que obvia. Y con el tiempo el amor sale a flote, resurge en la memoria.

La vista submarina es la más clara. La subarroyal,(21) no es sólo clara, es total, es simultánea: es antitemporal, es mágica, es estrepitosa, es tormenta, es calma. Porque es la vista que no descompone lo que ve según el agua y sus variaciones de luz; es la que descompone el sentir en infinitos matices de imagen. Por eso, al sumergirse en el arroyo, la periferia se convierte en el centro, el recuerdo en presente, y el futuro en recuerdo. Y es que el arroyo también se sumerge en el pie, porque todo lo que entra en contacto con el arroyo se convierte en el arroyo. Éste impregna todo lo que toca, y es por eso que la memoria puede ser explorada, también, por el tacto o el olfato. He ahí que también por eso te re-conozco.





Las Notas al Pie


(1) El título es alusivo. Puede interpretarse literalmente en dos sentidos completamente distintos.

(2) “Traer algo a la memoria”.

(3) E
n esta parte, aunque la frase puede aparecer al lector como una burda redundancia, se comienza a jugar con el sentido de la anterioridad que en el resto del texto tiene un papel fundamental, según los registros mentales de quien escribe [N. de. T]

(4) Aquí hay una referencia directa al primer cuarteto del cigarral tercero de Tirso de Molina:


“Pentra amor con invisible fuego,
pues sin ofender ojos alma pasa;
pero no es fuego amor, que el fuego abrasa
y amor me hiela a mí cuando a él me llego.” [N. de E.]


(5) El guión busca resaltar que la utilización del verbo, en este caso, es la de su primera acepción en el diccionario de la RAE: “Volver a formar, rehacer”. [N. de T.]


(6) Según la tradición neoplatónica el amor se da a través de la mirada. [N. de E.]


(7) Sí, la memoria es acuática [N. de A.]


(8) Lo de Tirso tiene sentido, y claro que existe cierta alusión; pero también podemos interpretarlo desde la perspectiva de que no tolero el sol, y por lo tanto prefiero lo gélido (me gusta) a lo ígneo (no me gusta). Para mí el amor es algo que hiela, no algo que incendia. [N. de A]


(9) Y por lo tanto también sus escamas, y sus espinas y sus huesos que se escurren en la arena cuando estos mueren. [N. de A.]


(10) El pospretérito, en este caso, es sólo un instrumento para sugerir lo obvio. No es que “pueda pasar”, es que siempre pasa. [N. de T]


(11 El orden de las palabras “memoria tiempo después” también puede sugerir un sentido ambiguo: “que quien se sumerja en la memoria tiempo” es decir, la memoria que también es tiempo; “que quien se sumerja en la memoria tiempo después”, que tiene como referente un “tiempo antes” en el que la persona ya se ha sumergido en el arroyo. [N. de T.]


(12) Según la antigua creencia de que al comer a otro ser vivo se absorbe la energía vital de este, y se hace parte de la composición misma del primero.


(13) Aquí hay una referencia directa al periodo histórico en el que Roma fue gobernada por su primer emperador Cayo Julio César Augusto (del 31 a.C. hasta el 14 d.C.).


(14) Juego de palabras: el olor incluso, implícito; no en su definición de “hasta” o “aun”.


(15) Alusión que nos remonta a la anterior afirmación de que el receptor de las palabras alguna vez, en alguna época remota, fue mujer al mismo tiempo que la emisora. Vid. Primera acepción de “Homosexualidad” en el diccionario de la RAE.


(16) No me contradigo. No estoy valiéndome de la imagen para tal afirmación. La sensación es predominante: la sensación, simplemente, evoca a la imagen, pero no depende de ella. [N. de A.]


(17) Según la concepción no-lineal del tiempo. [N. de A.]


(18) Algunos científicos afirman que ya ha pasado antes. [N. de E.]


(19) Pensé en utilizar el verbo “inconmesuradamente”, pero para desgracia del texto, éste no existe. Aunque bien, la etimología no sería del todo errada. [N. de A.]


(20) Expresión irónicamente utilizada por la autora, ya que aquí comienza todo. [N. de E.]


(21) Neologismo creado por la autora para definir la vista en los lapsos de sumersión en la memoria.

domingo, 9 de mayo de 2010

Ayreon - Beneath the Waves



The water breaks
The golden sunrays
Silver dances on the waves
But a memory

I often dream about the old days
Playing hide-and-seek within the caves
But a memory

I still feel the rising tide embrace me
Carrying me to a place unknown
But a memory

Oh I remember all the love they gave me
In this fluid world we call our home
But a memory

Beneath the waves we were invincible
In a world without frontiers
Beneath the waves the waves we were inseparable
In a world without walls

[Instrumental]

Faces of cerulean oceans
Mirroring stars and sable skies
But a memory

How I miss the sense of sweet emotions
Of a world so pure devoid of cries
But a memory

Beneath the waves we were unbeatable
In the silence of the sea
In a world without frontiers
(World without walls)
Beneath the waves the waves we were untouchable
In the kingdom of the free
In a world without walls

Beneath the waves we were invincible
In the silence of the sea
In a world without frontiers
(World without walls)
Beneath the waves the waves we were inseparable
In the kingdom of the free
In a world without walls

Face the facts, there is no way back
Arise, It's time to act
Face the facts
Our future is black
Arise, we're on the wrong track

Face the facts, there is no way back
Arise, It's time to act
Face the facts
Our future is black
Arise, we're on the wrong track

Face the facts, there is no way back
Arise, It's time to act
Face the facts
Our future is black
Arise, we're on the wrong track

The water breaks
The golden sun raise
Silver dances on the waves
But a memory

I often dream about the old days
Playing hide-and-seek within the caves
But a memory

Beneath the waves we were unbeatable
In the silence of the sea
In a world without frontiers
World without walls
Beneath the waves we were untouchable
In the kingdom of the free
In a world without walls
World without walls!

Beneath the waves we were invincible
In the silence of the sea
In a world without frontiers
Oooohhhh!
Beneath the waves we were inseparable
In the kingdom of the free
In a world without walls

martes, 4 de mayo de 2010

"Una visión del Juicio Final", de H. G. Wells



1

Tara-a-a-a.

Oí sin entender nada.

Ta-ra-ra-ra.

–¡Dios mío! –exclamé, todavía medio dormido–. ¡Qué ruido tan infernal!

Ra-ra-ra-ra-ra-ra-ra-ra-ra Ta-ra-ra-ra.

–Es suficiente –continué– para despertar... –y me quedé completamente parado. ¿Dónde estaba?

Ta-ra-ra-ra –más y más alto.

–Es un nuevo invento o...

¡Tara-tara-tara! ¡Ensordecedor!

–¡No! –dije a gritos para poder oírme a mí mismo–. Es la última victoria.

¡Ta-ra-a!

2

La última nota me sacó de la sepultura de un tirón como a un pececillo prendido del anzuelo. Vi mi lápida funeraria –un trabajillo bastante mezquino a cuyo autor me habría gustado conocer–, y el viejo olmo y la vista del mar se desvanecieron como una nube de vapor y luego todo a mi alrededor –una muchedumbre que nadie podría cuantificar: naciones, lenguas, reinos, pueblos–, seres humanos de todas las épocas en un espacio en forma de anfiteatro tan vasto como el cielo. Y en lo alto, frente a nosotros, sentado en una nube de un blanco deslumbrante que le servía de trono, estaba Dios, el Señor, y toda la hueste de sus ángeles. Reconocí a Azrael por su color oscuro y a Miguel por la espada, y el arcángel que había hecho sonar la trompeta la levantaba aún medio derecha.

3

–Puntual –dijo el hombrecillo que estaba a mi lado–. Muy puntual. ¿Ve el ángel con el libro?

Estaba agachando y estirando la cabeza para ver por encima, por debajo y entre las almas que se apiñaban a nuestro alrededor.

–Todos están aquí –comentó–. Todos. Ahora sabremos...

»Allí está Darwin –continuó–, cambiando súbitamente de rumbo. ¡Lo conseguirá! Y allá, ¿ve?, aquel hombre alto, de aspecto importante, intentando que la mirada de Dios, el Señor, se fije en él, es el Duque. Pero hay mucha gente a la que no conocemos.

»¡Oh! Allí está Priggles, el editor. Siempre he tenido curiosidad por las intimidades de los editores. Priggles era un hombre inteligente... Pero ahora sabremos... incluso acerca de él.

»Lo oiré todo. Disfrutaré de casi toda la diversión hasta que... Yo tengo la letra S.

Aspiró el aire entre los dientes.

–Personajes históricos también. Aquél es Enrique VIII. Habrá un buen montón de pruebas. ¡Oh, maldición! Es un Tudor.

Bajó la voz.

–Observe a ese tipo, justo delante de nosotros, todo cubierto de pelo. Paleolítico. Y ahí otra vez...

Pero no le hice caso porque estaba mirando a Dios, el Señor.

4

–¿Esto es todo? –preguntó Dios, el Señor.

El ángel encargado del libro –era uno de esos volúmenes interminables, como el catálogo de la biblioteca del Museo Británico– nos miró y pareció contarnos al instante.

–Sí, es todo –respondió, y añadió–: Era, oh Dios, un planeta muy pequeño.

Dios nos inspeccionó con la mirada.

–Comencemos –dijo Dios, el Señor.

5

El ángel abrió el libro y leyó un nombre. Era un nombre lleno de aes y sus ecos volvieron desde las partes más remotas del espacio. No lo cogí bien porque el hombrecillo junto a mí dijo en una brusca arrancada:

–¿Qué es eso?

A mí me sonó como Ahab, pero no podía ser el Ahab de las Escrituras.

Al instante una figurilla negra era elevada hasta una nube inflada a los mismos pies de Dios. Era una figurilla tiesa, vestida con ricas y extravagantes togas y con corona, que cruzó los brazos y frunció el ceño.

–¿Y bien? –dijo Dios bajando la mirada hasta él.

Tuvimos el privilegio de oír la respuesta: desde luego, las condiciones acústicas del lugar eran maravillosas.

–Me confieso culpable –declaró la figurilla.

–Cuéntanos lo que has hecho –dijo Dios, el Señor.

–Yo fui rey –explicó la figurilla–, un gran rey, y me dominaron la lujuria, el orgullo y la crueldad. Hice guerras y devasté países, construí palacios utilizando como mortero la sangre de los hombres. Escucha, oh Dios, a los testigos contra mí que claman venganza. Cientos y miles de testigos –hizo un gesto con las manos hacia nosotros–. ¡Y peor aún! Cogí a un profeta, a uno de tus profetas.

–Uno de mis profetas –dijo Dios, el Señor.

–Y como no se inclinaba ante mí, le torturé durante cuatro días y cuatro noches, y al final murió. Aún hice más, oh Dios, blasfemé. Te despojé de tus honores.

–Me despojaste de mis honores –dijo Dios, el Señor.

–Hice que me adoraran a mí en tus altares. No hubo maldad que no cometiera ni crueldad con la que no manchara mi alma. Y finalmente tú me castigaste, oh Dios.

Dios levantó ligeramente las cejas.

–Y me mataron en el campo de batalla. Así que aquí estoy ante ti, preparado para lo más profundo de tu infierno, sin osar mentir ni disculparme aprovechando tu grandeza, sino diciendo la verdad de mis iniquidades ante toda la humanidad.

Calló. Vi su rostro con claridad y me pareció blanco, terrible, orgulloso y de una rara nobleza. Pensé en el Satán de Milton.

–La mayor parte procede del Obelisco –dijo el ángel registrador con el dedo en la página.

–Sí, es cierto –dijo el tirano con un leve gesto de sorpresa.

Entonces, súbitamente, Dios se inclinó hacia delante y cogió con la mano a aquel hombre y le sostuvo en la palma como para verlo mejor. No era más que un diminuto y oscuro trazo en medio de la palma divina.

–¿Hizo de verdad todo eso? –preguntó Dios, el Señor.

El ángel registrador aplanó el libro con la mano.

–En cierto sentido –respondió el ángel registrador sin darle mayor importancia.

Ahora bien, cuando miré de nuevo al hombrecillo, su rostro había cambiado de una forma muy curiosa. Miraba al ángel registrador con extraña aprensión en la mirada y se llevó precipitadamente la mano a la boca. Bastó el movimiento de un músculo o así y toda aquella dignidad desafiante había desaparecido.

–Lee –ordenó Dios, el Señor.

Y el ángel leyó explicando con mucho cuidado y al detalle todas las perfidias del malvado. Fue todo un placer intelectual. Un poco atrevido en algunos pasajes, pensé yo, pero por supuesto el cielo tiene sus privilegios...

6

Todos se reían. Hasta el profeta del Señor a quien el malvado había torturado tenía una sonrisa en la cara. El malvado era en realidad un hombrecillo tan ridículo.

–Y entonces –leyó el ángel registrador con una sonrisa que puso a todos alerta–, un día en que estaba un poco irascible por comer en exceso, él...

–Oh, no, eso no –gritó el malvado–, nadie sabía eso.

»Eso no pasó –chilló el malvado–. Fui malo, malo de verdad. Malo con mucha frecuencia, pero no hice nada tan estúpido, tan absolutamente estúpido.

El ángel siguió leyendo.

–Oh, Dios –gritó el malvado–. No permitas que sepan eso. Me arrepentiré. Pediré perdón.

El malvado empezó a agitarse y a llorar en la mano de Dios. De repente la vergüenza le dominó. Hizo un desesperado movimiento para saltar por la base del dedo meñique de Dios, pero Dios le detuvo con un diestro golpe de muñeca. Luego corrió precipitadamente hacia el hueco entre la mano y el pulgar, pero el pulgar se cerró. Mientras tanto el ángel seguía leyendo y leyendo. El malvado corría de acá para allá por la palma divina y luego, de repente, dio la vuelta y escapó por la manga de Dios.

Yo esperaba que Dios le echara de allí, pero la merced de Dios es infinita.

El ángel registrador hizo una pausa.

–¿Sí? –preguntó el ángel registrador.

–El siguiente –ordenó Dios.

Y antes de que el ángel registrador pudiera vocear su nombre, una peluda criatura, vestida de harapos, estaba en la palma divina.

7

–¿Es que tiene Dios el infierno en su manga? –sugirió el hombrecillo que estaba a mi lado.

–¿Hay infierno? –pregunté yo.

–Si observa –comentó mirando entre los pies de los arcángeles–, verá que no hay ninguna indicación especial de la ciudad celeste.

8

–Él era el Señor de la Tierra, pero yo era el profeta del Dios de los Cielos –gritó el santo y todo el mundo se maravilló con la señal–. Pues yo, oh Dios, tenía conocimiento de las glorias de tu paraíso. No hubo dolor, ni penalidad, ni corte con cuchillos, ni astillas metidas entre la uña y la carne, ni carne arrancada a tiras que no padeciera por el honor y la gloria de Dios.

–Dios sonrió.

–Y finalmente fui, con mis harapos y mis llagas, oliendo a mis sagradas incomodidades...

Gabriel se echó a reír bruscamente.

–Y me puse en sus puertas, como una señal, como un milagro...

–Como un verdadero latazo –comentó el ángel registrador, y comenzó a leer sin tener en cuenta el hecho de que el santo estuviera todavía hablando de todas las cosas gloriosamente desagradables que había hecho para poder conseguir el paraíso.

Y, ¡atención!, en el libro, las acciones del santo también constituyeron una revelación, un asombro.

Parecía que no habían pasado diez segundos y el santo estaba corriendo de acá para allá en la gran palma de Dios. ¡Ni diez segundos! Y finalmente también él chilló haciendo aquella despiadada y cínica exposición, y también escapó, al igual que lo había hecho el malvado, adentrándose en la zona en sombra de la manga. Nos estaba permitido ver dentro de la sombra y los dos estaban sentados uno al lado del otro, despojados de todas las falsas ilusiones, a la sombra de la túnica de la caridad divina, como hermanos.

Y hasta allí escapé cuando me llegó el turno.

9

–Y ahora –dijo Dios cuando sacudió su manga arrojándonos al planeta que nos había destinado para vivir, el planeta que daba vueltas alrededor del verde Sirio, que era su sol–, ahora que me entendéis a mí y os entendéis unos a otros un poco mejor... intentadlo de nuevo.

Luego él y sus arcángeles se dieron la vuelta y de repente habían desaparecido.

El trono había desaparecido.

A mi alrededor había una tierra hermosa, más hermosa que las que había visto antes, yerma, austera y maravillosa, y estaba rodeado de las almas iluminadas de los hombres en cuerpos nuevos y limpios...