miércoles, 24 de agosto de 2011

Un cuento

Pasión desbordada, mitificada.
Pasión álgida, pasión sin sentido.
Y es que tú, mi amado, eres
el desgaste absoluto del camino,
el pie quebrado en el sendero,
la duda innata,
el alcohol que siempre puede embriagar un poco más.
Hoy que te encontré fuiste tú
el recuerdo que, aunque vive en mí enterrado,
no tiene rostro.
Pero sí tiene voz,
porque me habla siempre,
desde la vigilia,
desde ese mirar sin mirar de los traslados,
desde las búsquedas de algo quieto detrás del cristal.
Voz que es fuego y trampa, sin sonido.
Recuerdo.
¿Cuál es tu nombre?
Tú nombre es hoy uno impronunciable,
con el que podría construir (sólo eso) anagramas peculiares.
No es el ladrillo que busqué para el próximo muro de Jerusalem.
Tu rostro fue por un momento su rostro, sí.
Pero el recuerdo (¡oh, amnesia corrupta!) se olvidó de mí.
Fuiste sólo miradas fugaces,
una plática casual (que por supuesto yo había buscado).
Un encuentro favorecido por todo,
excepto por el amor.

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