lunes, 18 de julio de 2011

Un sueño

Ariadna soñó que volvía a tener a su hermano enfrente. Soñó que le hablaba y que, como todas esas noches en el laberinto, oía su respiración y veía la silueta de su rostro de forma difusa en la oscuridad; ese rostro que no era el de un humano, pero que tampoco era el de un animal. Sus ojos, como los de un ciervo que recibe luz de golpe, destellaban cuando éste cambiaba de posición. Su voz de hombre adolescente (de uno normal) resonaba en las cavidades infinitas de aquel recinto. Ella, sentada en el suelo, recargada en la pared contraria, miraba al cielo.

-¿Me escuchas, Asterión? -dijo sin desviar la mirada de su objetivo celeste, y el eco se repitió hasta perderse en sus propios recovecos vocálicos.
-Siempre te escucho -En su voz se percibía la usual nota melancólica, la cual se hacía aún más aguda cuando hablaba con su hermana.

Asterión se acercó a ella en la oscuridad, y Ariadna lo sintió sentarse a su lado. La enorme mano de aquél se posó suavemente sobre la suya; la sensación del frío de sus garras-pezuñas, y la tibieza del cuero aterciopelado de su piel, le resultaba siempre reconfortante.

-No quiero más amor que el tuyo -susurró ella, rompiendo el silencio.
Sintio el gigantesco brazo tomarla por la cintura. El hermano atrajo a la hermana hacia sí, y ésta le rodeo el cuello, tan grueso como un tronco, con sus brazos delgaditos.

Ariadna despertó. Se sentó en el lecho y miró largo rato a Teseo. Era realmente hermoso.

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