Es curioso cómo una máscara suele aparecer incluso cuando una persona se cree más honesta. Aparece en forma de viento que agita un mechón de cabello; que le da al amante una perspectiva inefable de la amada. Ese mechón que se agita realza la belleza de esta, de tal manera que todo lo antecede a ese momento -que regularmente vendrá acompañado de una sonrisa mutua, y un silencio amoroso- se convierte en la negación de ese amor tan natural que, sin embargo, gracias al XIX y su Romanticismo seguimos ensalzando. Esos momentos fotográficos construyen, pues, máscaras en las máscaras. Una perspectiva enamora o mata, una sombra realza o esconde. Las máscaras somos nosotros. El amor es la entrega de algo que está bajo la máscara, que se mantiene indiferente incluso a las palabras: a esos "te amo" dudosos. La entrega de lo inefable, de eso que ni siquiera nos pertenece a nosotros mismos, es la redención. Las máscaras son sólo intermediarias.
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