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Más o menos así te recuerdo; distante, de
consistencia casi evanescente, neblinoso. Con esto no digo que haya detalles
que con el tiempo se me hayan escapado. Sólo hago énfasis en lo inasible de tu
carácter, en lo inefable de presencia. Tu figura era tangible, sí, pero tú: eso
que se esconde detrás de tu mirada, siempre estabas por encima de las cosas,
por encima de mí, incluso. No recuerdo un solo momento en el que haya logrado
sentir que ese tenerte entre mis brazos, o estar entre los tuyos, fuese un verdadero
acto de posesión, o de entrega. No. Tú siempre estabas por encima del mundo, de
todo cuanto te rodeaba. No lo digo a manera de reclamo; es, más bien, otro de
mis intentos de retratarte. Juro por la vida que no te estoy ensalzando. Todo
cuanto digo, cuanto resalto, no es más que eso: distinguir en el recuerdo lo
que es factible a confundirse; repasar las líneas de tu rostro, de tus
expresiones, como se repasan las de una pintura que necesita restaurarse;
recuperar los dibujos de tus palabras al viento; de tu mirada de espejos
astrales, de fuego líquido.