domingo, 23 de enero de 2011

II. Caminos que ya estaban ahí

El prólogo a Israel se vuelve cada vez más curioso. Con una infinidad de notas al pie de página (notas que no están ahí, pero que bien las mentes suspicaces pueden percibir) le voy señalando al lector que las cosas no siempre son lo que parecen. Si bien el conocer a un hombre marcó definitivamente mi deseo de ir allá, este fue sólo el primer paso de un proceso mucho más complejo del que yo pensé. El milagro no terminó ahí. Porque la cadena de hechos inconexos que sí estaban conectados me llevó a conocer al hombre que no es un mero símbolo, sino la posible consumación de todo cuanto he deseado: Isaac. Él ya estaba ahí. Ya había estado, en muchos momentos, en muchos lugares. Nos pudimos haber encontrado de muchas formas, las más simples, las más comunes. Pero no fue así... Maktub, dicen por ahí.

Nos encontramos ahora.

viernes, 21 de enero de 2011

I. Algo que está lejos y está cerca

Tengo que aceptar que desde que conocí a Deyvi Damar mi perspectiva del mundo cambió. No por todos los "y si..." que forjé a partir de ese "encuentro", sino por la condición tan extraña en que se desarrolló, la conexión de hechos, de mundos, de palabras y aun de sueños. Pensé que sin duda, si algún día escribiera una novela acerca de nosotros se llamaría como el nombre que en hebreo se le da a España. ¿Por qué? Porque ahí empezó todo. No en el lugar, sino en la palabra, en su significado, en el antes y después que para ambos simboliza (un ambos que ahora se reduce a un yo, que es sólo yo, porque él no debe saber, al menos ahora, que estoy escribiendo acerca de su importancia en mi vida).

Israel me interesaba ya, de algún modo, pero al conocer a alguien que pronto estaría viviendo ahí ese simple gusto fue evolucionando desde una curiosidad básica (como la que sentimos por cualquier lugar en el mundo que algún día nos gustaría visitar) hasta una fascinación que, más allá de cualquier filiación política o religiosa, me llevó a decidir que ahí es donde viviré cuando termine mis estudios universitarios.

Alguna vez escribí un poema, cuyo inicio me gustó tanto que, pese a haberlo roto en pedacitos y tirado luego de ver que me sentía poco conforme con el estilo, es la única parte que aún conservo en la memoria y que a veces todavía repito para mí misma intentando siempre completarlo (aún sin éxito). Eretz Israel, sueño contigo... Hablaba de aquella tierra, como se habla del hombre amado, como se sueña con él.

Está lejos, está cerca... más cerca de lo que a veces estoy yo de mí misma. ¿Dónde quedó Deyvi Damar en todo esto? Él es la personificación de aquello que ahora deseo más que cualquier otra cosa. No hablo de él como se habla del hombre al que se ama, como alguien a quien amar, aunque sé que pudiera hacerlo, sino como la llave que abrió la puerta que durante mucho tiempo me negué a abrir por miedo a aquello que pudiera encontrar del otro lado. Y del otro lado, hoy descubro, está Israel.

viernes, 14 de enero de 2011

:.: Where :.:

(Un texto de mi amigo Raziel Gardel)


Ella me espera, y yo juré que volvería.

Ella, la noble alma cuya mirada me atravesó la mente con violencia, y descubrió en mí la bondad. Ella, que incluso a mí me convenció de que hay luz en mi sombra. Ella, cuyos labios recorrieron la dureza de mi rostro con ternura. Ella, que tomó mi corazón entre sus manos y me hizo sentir por vez primera eso a lo que le llaman "calor".

Cuando desperté, ya no supe dónde estaba. Era un lugar extraño, con calles sin nombre, fachadas sin número y cielo sin estrellas. Llovía soledad, y no me dí cuenta de que estaba avanzando por que no escuchaba mis pasos. No encontré una sola alma, sólo un montón de personas. Miles de pares de miradas de desprecio. Rostros enfadados con quién sabe quién. Manos cerradas en puños, con nudillos pálidos por el frío. Voces de niños gritando cosas que nadie quería escuchar. Sonrisas apagadas por el canto de dolor de las hipócritas, que reclaman la pérdida de lo que ellas mismas desperdiciaron. Y en cada poro de mi piel erizada sentí la necesidad de un abrazo.

¿Dónde estaba ella?

Doblé por la esquina, y llegué a donde había una mujer desnuda vendiendo pétalos y tallos de rosas marchitas. Aprendí en sus manos que aún las espinas muertas hacen sangrar. Me atreví a pedirle me dijera dónde estaba, y su voz respondió un simple "estás aquí". Su mano sangrante tocó mi pecho, y por un instante me sentí en caída libre. Al abrir los ojos, descubrí su hermoso cuerpo muerto, y los pétalos negros volaban poco entre las gotas de lluvia, hasta ser derribados. Pero antes de alejarme, miré en su rostro muerto la más dulce de las sonrisas.

¿Dónde estaba ella?

MIré a los más jóvenes arrancándose pedazos de piel, para enrollarlos y fumarlos. Miré a los más viejos abriendo la boca con fuerza, gritando sin voz, como queriendo vomitar la poca vida que les quedaba. Miré a los más intrépidos sufriendo en el suelo, con los huesos rotos y las esperanzas muertas. Nadie más los miraba, y yo no podía alcanzarlos. Miré a todos, y no encontré a nadie. Sentí entonces el más grande de los miedos: que entre todos "ellos" estuviera ella, haciéndose pasar por una pieza más en el oscuro tablero. O tal vez no fingía y ya se había convertido en lo que ellos son.

¿Dónde estaba ella?

La brisa helada congeló mi piel, tan fuerte que no era capaz de sentir mis propias manos cubriendo mis brazos. La sangre se congelaba apenas salir de las llagas, y las lágrimas no se atrevían a estar afuera. No encontré abrigo ni piedad, así que corrí en busca de una idea. Y en un callejón vacío encontré mis juguetes rotos de cuando era niño, y reconocí entonces el sitio donde estaba. O más bien, lo recordé: estaba en mí sin ella. Estaba en lo que yo era antes que ella llegara. El lugar que antes era tan acogedor, ya no lo era tanto. El hogar ya no es el hogar. Después de conocer la belleza de ella, ya no había un "después".

Cumplí mi promesa: yo volví. Y ella me espera, pero no sé dónde. Quizá sea su destino esperarme por siempre, y quizá sea mi destino por siempre buscarla. Pero tal parece que nunca la voy a encontrar.

Lo que el corazón perdió, la mente no lo puede dar.