lunes, 27 de diciembre de 2010

Sobre el amor y la muerte


Transcribo aquí la mejor reflexión que he leído acerca del amor, extraída del libro Sobre el amor y la muerte (Über Liebe und Tod), de Patrick Süskind:

Lo que dice San Agustín sobre el tiempo se aplica igualmente al amor. Cuanto menos pensamos en él, tanto más natural nos parece; sin embargo, cuando empezamos a cavilar , nos metemos en un lío. Ese curioso estado de cosas se ve confirmado por el hecho de que, desde el comienzo de la historia de la cultura, el ser humano en calidad de artistas y, desde los tiempos de Orfeo, en calidad de poeta, se ha ocupado de pocos temas tan insistentemente como del amor. Porque, como es sabido, los poetas no escriben sobre lo que saben sino sobre lo que no saben, y ello por razones sobre las que tampoco saben pero quisieran saber sin falta. El no-saber, el no-sé-qué-significa-eso es el impulso primario que echa mano por primera vez al estilete, la pluma o la lira. (Furia, tristeza, euforia, dinero, etc., son completamente secundarios.) Si no fuera así, no habría poemas, novelas, dramas, etc., sino sólo publicaciones.

El amor parece ir acompañado de algo misterioso, que se conoce exactamente pero sólo se puede explicar de un modo insuficiente. De todas formas, eso afecta también al Big Bang o a la cuestión de cómo será el tiempo dentro de dos semanas. Y, sin embargo, la teoría del Big Bang y los pronósticos meteorológicos excitan a los poetas y su público mucho menos que todo lo que tiene que ver con el amor. Por consiguiente, debe de haber en éste algo más que lo simplemete misterioso. Evidentemente, se considera portodos como algo sumamente personal y de la máxima importancia, tanto que hasta el astrofísico, cuando anda cortejando, se interesa significativamente menos por el origen del universo... por no hablar del tiempo que hará.

Sin embargo, ¿no ocurre lo mismo con la respiración, la comida y la bebida, la digestión y la defecación? ¿Por qué, me preguntaba con frecuencia de niño, la gente no va a nunca al retrete en las novelas? Tampoco en los cuentos de hadas ni en la ópera, ni en el teatro, el cine o las artes plásticas. Una de las actividades más imporatntes, ocasionalmente más urgentes, incluso vitales del hombre no aparece en el arte. En cambio, éste se ocupa, una y otra vez, y con infinito detalle y variación, de los placeres y penas del amor, y de todos sus preámbulos y variantes, a los que, como se creía en otro tiempo, se podía renunciar por completo. ¿Por qué o ha habido en la historia de la Humanidad un culto al excremento, pero sí al pecho femenino, la vagina o el falo? La idea, aunque un tanto infantil, no es aberrante. En El banquete de Platón, el médico Eryximacos considera que el Eros no se manifiesta menos en el correcto llenado y vaciado del cuerpo que en la inclinación entre dos almas. Sin embargo, Eryximacos se encuentra entre los siete borrachines que se explayan sobre la esencia del amor, los orades más simples. Para él, como científicoel Eros no es más que un principio armonizador fundamental, por decirlo así, una constante física que trae el orden al mundo, y concretamente a todas las esferas imaginables, desde la agricultura hasta las mareas, desde la música hasta el hipo. Hoy, probablemente, definiría el amor como uno de los innumerables fenómenos causados por las enzimas, hormonas y aminoácidos. A nosotros nos parece trivial. Poco constructivo. Y además poco ilustrativo. Porque, al fin y al cabo, definir no significa generalizar, sino, al contrario, delimitar y demarcar lo general. Si queremos hablar del amor, del que por lo menos creemos saber que es algo muy especial, de poco nos sirve que alguien nos explique que se trata de un principio básico universal al que no están menos sometidas las mareas que el aparato digestivo. Lo mismo nos podrían decir que lamuerte es un fenómeno termodinámico, que afecta tanto a las amebas como a un agujero negro de la constelación de Pegaso... con lo que no nos habrían dicho nada. Ahora bien, puede ser que el amor tenga también sus aspectos físicos y químicos, mecánicos y vegetativos... Una cristalización lo llama Stendhal; en otro lugar, una fiebre; el enamoramiento es una embriaguez, dice Sócrates en Fedro, una enfermedad, una locura. Pero no una mala embriaguez, añade, sino la mejor que existe; y no una enfermedad dañina ni una auténtica locura humana en el sentido patológico, sino una manía inspirada por los dioses, que añora los dioses, una demencia divina que permite al alma prisionera de lo terrenal remontar el vuelo. Es cierto que el Eros no es un dios, ni bueno ni malo, ni hermoso ni odioso, sino un gran daimon, un mediador entre los hombres y los dioses, un acosador que inculca en los hombres el deseo de lo que les falta: lo bello, lo bueno, la felicidad, la perfección... todos los atributos divinos cuyo reflejo ve el amante en el amado... y finalmente también la inmortalidad. El Eros es «el amor que empuja a procrear y alubmrar en lo bello», como dice Diótima, «la más sabia de las mujeres», de la que Sócrates habla en El banquete. Y ese «engendrar y alumbrar», sin duda también el físico-animal, pero más aun el espiritual, pedagógico, artístico, político, filosófico, en una palabra, lo que llamamos lo creador, constituye la participación del hombre en la inmortalidad, porque sigue existiendo y actuando después de su muerte. «... En lo bello», dice además, lo que no carece de importancia, «engendrar y alumbrar en lo bello», es decir, precisamente en la nostalgia de esos atributos divinos de los que los hombres carecemos.

Esto resulta duro de tragar, pero su sabor no se ha estropeado en los últimos dos mil quinientos años. Desde las cancioncillas sentimentales hasta Fidelio y La flauta mágica, desde lsa novelas de quiosco al Anfitrión de Kleist todo lo que se escribe y se canta expresa el convencimiento de que el amor es algo sublime, celestial, redentor, y la terminología con que se canta o escribe sigue siendo hata hoy la religiosa. Con lo que se diferenciaría ya suficientemente de los excrementos.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Visita al Reclusorio Oriente

Un día verdaderamente enriquecedor: Conferencia de Pedro Miguel, columnista de La Jornada, en en la biblioteca del Reclusorio Oriente. Después, un rato de convivencia con los reclusos, que me cambió la perspectiva cliché que tenía de esos lugares. Varios de ellos tenían una conciencia social que va más allá de la que yo soñaría con tener. Algunas compañeras les regalaron libros y fruta; yo les regalé botellas de agua y cigarros (aunque después me pregunté cómo no se me había ocurrido lo de los libros). Estamos pensando en armar un círculo de lectura ahí. Tuve la suerte de encontrarme con el lado humano que (aunque muchos piensen lo contrario) nunca se pierde en las cárceles; el que se encuentra incluso en el más inhumano de los lugares.
Mi vida ya nunca será la misma.

domingo, 31 de octubre de 2010

El síndrome del blog en blanco

Cuando pienso en este blog, no puedo evitar recordar El libro vacío, de Josefina Vicens. El libro que habla del hombre que escribe un libro sobre su incapacidad para escribir un libro. Así, cada vez que publico algo aquí me pongo a pensar en la poca paciencia que me tengo a mí misma a la hora de escribir. No sé si tengo vocación de escritora, o de lectora, o de agricultora, o de esposa fiel, pero sé que me gusta vivir a través de lo que me conmueve, y definitivamente me conmueve todo aquello que se me complica por interés real: escribir, leer, sembrar semillas, amar.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Unas palabras a Asterión




Estas líneas, Asterión, siempre han sido tuyas. Tan tuyas que cada vez que las leo pienso invariablemente en ti:

«El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.»

Mas he de decir que me sigue gustando más la idea de que Ariadna se convierta, como tú, en parte del laberinto.


jueves, 2 de septiembre de 2010

Desde el tercer piso. Segunda parte: Enumeración

Cámaras en la Facultad («¡Bienvenido a Big Brother FFyL!» decía un letrero en la entrada). Cielo nublado y trombas de película, y el agua que se escurre y penetra hasta donde --se supone-- no debería; chicos de nuevo ingreso (Nueva mochila, nueva vida), junto con los «viejos» que atiborran los pasillos y, como siempre, hacen que el ir de un salón a otro se convierta en toda una proeza atlética. Los baños remodelados, casi siempre con una llave de agua descompuesta, casi siempre (más siempre que casi) sin papel. Los que fuman debajo de los letreros que dicen «Prohibido fumar» y el olor cálido y ocre del café que venden en el pasillo. La Biblioteca Central suele ser la vista más bella, cuando entre horas sueltas, parece que no hay nada más que ver, excepto a los otros, excepto todo lo demás.

Desde el tercer piso



Así se ve el mundo desde el tercer piso de FFyL, UNAM

Sobre la esperanza

Si existe la más mínima --o sea, ínfima-- posibilidad de que algo suceda, el universo de negaciones a su alrededor es facilmente destruído. Me aferro a esas pequeñas posibilidades, con todas mis fuerzas, hoy me aferro.

viernes, 28 de mayo de 2010

La única carta de amor que he escrito.

Notas al pie sobre la memoria (1)



Meter la punta del pie al arroyo. Recuerdo(2) que la última vez que te conocí(3) hubo una punzada de algo, como hielo inyectado(4) que me atravesó. Llevé el hielo como una señal que me sacudía; desde aquel día toda yo fui hielo.

Trato de recordar, de re-formar(5) la primera vista.(6) La memoria es como un arroyo circular, lleno de peces.(7) Sólo recuerdo haber visto entrar a un hombre delgado que llevaba puesta una chamarra negra; recuerdo el acercamiento. Luego el hielo(8) esparciéndose después del golpe supremo, de la inyección. Ese leve cosquilleo inicialmente confundido con la mera empatía. Todos los momentos tan acordes construidos. La memoria no es más que sensación. La memoria es sumergirse en el arroyo y ser el arroyo; es la caricia del agua, la respiración artificial. Los recuerdos son los peces.(9) Todo lo que entra al arroyo circular, permanece ahí, aunque sólo en una ínfima parte de sí. Podría pasar(10) que quien se sumerja en la memoria tiempo(11) después, ya no encuentre a los mismos peces; lo importante es que los nuevos serán hijos de los anteriores, o serán los que se habrán comido sus restos, y entonces serán ellos mismos(12) en una nueva escala. Lo esencial permanece, aunque lo compuesto haya desaparecido. Yo no puedo hablar de recuerdos, entonces, porque dejaste tantos elementos de ti en mi memoria que es imposible no saber que fuiste la mujer que amé siendo mujer, el hombre que amé siendo hombre, el joven al que seduje siendo ya una mujer entrada en años; el esposo y la esposa tantas veces; la mirada entrecruzada un segundo por dos desconocidos en la Roma Augusta;(13) la última persona que me habló antes de alguna catástrofe de la que ninguno de los dos salió vivo. El recuerdo perece, la memoria permanece por medio de la sensación. Incluso tu olor(14) permanece en el arroyo. Siempre ha sido el mismo, en otra época tal vez acentuado por un cierto dejo de feromonas femeninas.(15) En ese entonces tus ojos eran grises .(16)

Me sumerjo en el arroyo. Dejaste indicios de ti por todos lados. Tanto así que no te costó más que un atisbo de mirada para provocar toda una tormenta, y un pedazo de palabra para que recordara tu voz, y un solemne acto de acercamiento para que supiera que, en efecto, ya habías tomado mi mano muchas veces, y que volverás a tomarla,(17) en muchos puntos de la historia, cuando los polos hayan invertido su carga magnética otra vez.(18)

Hubo, en alguna otra época, una vez en la que, tirados en el pasto, estuvimos toda la noche hablando sobre la historia que podrían contarnos las estrellas; disertábamos sobre la naturaleza de éstas. Mientras, tú apretabas mi mano izquierda intermitentemente como tratando de imitar el parpadeo de las luces del cielo. Tu cabeza estaba recargada en mis piernas, tan desmesuradamente(19) cerca de mi sexo que si no hubieses sido mi esposo, tendrías que haber sido mi amante.

En fin….(20) El 21 de agosto, de cada cuando, cuando nos encontramos, sucede algo similar. No es cuestión de hablar de lugares comunes, pero, en efecto, entre tú y yo ya hay un arquetipo de encuentro; en primera, está la alternancia: en una vida te toca a ti y en otra a mí. Ahora fue mi turno, y yo te encontré a ti. Después, está el momento del encuentro: el que encuentra entra primero al lugar, y después entra el encontrado. El que encuentra duda de si el que entró es el que era buscado, después, por alguna razón sabe que es él. El que encuentra se acerca y el que era buscado se sabe encontrado, ya que una pequeña sensación intimidación se apodera de él. Y es que la conexión se hace más que obvia. Y con el tiempo el amor sale a flote, resurge en la memoria.

La vista submarina es la más clara. La subarroyal,(21) no es sólo clara, es total, es simultánea: es antitemporal, es mágica, es estrepitosa, es tormenta, es calma. Porque es la vista que no descompone lo que ve según el agua y sus variaciones de luz; es la que descompone el sentir en infinitos matices de imagen. Por eso, al sumergirse en el arroyo, la periferia se convierte en el centro, el recuerdo en presente, y el futuro en recuerdo. Y es que el arroyo también se sumerge en el pie, porque todo lo que entra en contacto con el arroyo se convierte en el arroyo. Éste impregna todo lo que toca, y es por eso que la memoria puede ser explorada, también, por el tacto o el olfato. He ahí que también por eso te re-conozco.





Las Notas al Pie


(1) El título es alusivo. Puede interpretarse literalmente en dos sentidos completamente distintos.

(2) “Traer algo a la memoria”.

(3) E
n esta parte, aunque la frase puede aparecer al lector como una burda redundancia, se comienza a jugar con el sentido de la anterioridad que en el resto del texto tiene un papel fundamental, según los registros mentales de quien escribe [N. de. T]

(4) Aquí hay una referencia directa al primer cuarteto del cigarral tercero de Tirso de Molina:


“Pentra amor con invisible fuego,
pues sin ofender ojos alma pasa;
pero no es fuego amor, que el fuego abrasa
y amor me hiela a mí cuando a él me llego.” [N. de E.]


(5) El guión busca resaltar que la utilización del verbo, en este caso, es la de su primera acepción en el diccionario de la RAE: “Volver a formar, rehacer”. [N. de T.]


(6) Según la tradición neoplatónica el amor se da a través de la mirada. [N. de E.]


(7) Sí, la memoria es acuática [N. de A.]


(8) Lo de Tirso tiene sentido, y claro que existe cierta alusión; pero también podemos interpretarlo desde la perspectiva de que no tolero el sol, y por lo tanto prefiero lo gélido (me gusta) a lo ígneo (no me gusta). Para mí el amor es algo que hiela, no algo que incendia. [N. de A]


(9) Y por lo tanto también sus escamas, y sus espinas y sus huesos que se escurren en la arena cuando estos mueren. [N. de A.]


(10) El pospretérito, en este caso, es sólo un instrumento para sugerir lo obvio. No es que “pueda pasar”, es que siempre pasa. [N. de T]


(11 El orden de las palabras “memoria tiempo después” también puede sugerir un sentido ambiguo: “que quien se sumerja en la memoria tiempo” es decir, la memoria que también es tiempo; “que quien se sumerja en la memoria tiempo después”, que tiene como referente un “tiempo antes” en el que la persona ya se ha sumergido en el arroyo. [N. de T.]


(12) Según la antigua creencia de que al comer a otro ser vivo se absorbe la energía vital de este, y se hace parte de la composición misma del primero.


(13) Aquí hay una referencia directa al periodo histórico en el que Roma fue gobernada por su primer emperador Cayo Julio César Augusto (del 31 a.C. hasta el 14 d.C.).


(14) Juego de palabras: el olor incluso, implícito; no en su definición de “hasta” o “aun”.


(15) Alusión que nos remonta a la anterior afirmación de que el receptor de las palabras alguna vez, en alguna época remota, fue mujer al mismo tiempo que la emisora. Vid. Primera acepción de “Homosexualidad” en el diccionario de la RAE.


(16) No me contradigo. No estoy valiéndome de la imagen para tal afirmación. La sensación es predominante: la sensación, simplemente, evoca a la imagen, pero no depende de ella. [N. de A.]


(17) Según la concepción no-lineal del tiempo. [N. de A.]


(18) Algunos científicos afirman que ya ha pasado antes. [N. de E.]


(19) Pensé en utilizar el verbo “inconmesuradamente”, pero para desgracia del texto, éste no existe. Aunque bien, la etimología no sería del todo errada. [N. de A.]


(20) Expresión irónicamente utilizada por la autora, ya que aquí comienza todo. [N. de E.]


(21) Neologismo creado por la autora para definir la vista en los lapsos de sumersión en la memoria.

domingo, 9 de mayo de 2010

Ayreon - Beneath the Waves



The water breaks
The golden sunrays
Silver dances on the waves
But a memory

I often dream about the old days
Playing hide-and-seek within the caves
But a memory

I still feel the rising tide embrace me
Carrying me to a place unknown
But a memory

Oh I remember all the love they gave me
In this fluid world we call our home
But a memory

Beneath the waves we were invincible
In a world without frontiers
Beneath the waves the waves we were inseparable
In a world without walls

[Instrumental]

Faces of cerulean oceans
Mirroring stars and sable skies
But a memory

How I miss the sense of sweet emotions
Of a world so pure devoid of cries
But a memory

Beneath the waves we were unbeatable
In the silence of the sea
In a world without frontiers
(World without walls)
Beneath the waves the waves we were untouchable
In the kingdom of the free
In a world without walls

Beneath the waves we were invincible
In the silence of the sea
In a world without frontiers
(World without walls)
Beneath the waves the waves we were inseparable
In the kingdom of the free
In a world without walls

Face the facts, there is no way back
Arise, It's time to act
Face the facts
Our future is black
Arise, we're on the wrong track

Face the facts, there is no way back
Arise, It's time to act
Face the facts
Our future is black
Arise, we're on the wrong track

Face the facts, there is no way back
Arise, It's time to act
Face the facts
Our future is black
Arise, we're on the wrong track

The water breaks
The golden sun raise
Silver dances on the waves
But a memory

I often dream about the old days
Playing hide-and-seek within the caves
But a memory

Beneath the waves we were unbeatable
In the silence of the sea
In a world without frontiers
World without walls
Beneath the waves we were untouchable
In the kingdom of the free
In a world without walls
World without walls!

Beneath the waves we were invincible
In the silence of the sea
In a world without frontiers
Oooohhhh!
Beneath the waves we were inseparable
In the kingdom of the free
In a world without walls

martes, 4 de mayo de 2010

"Una visión del Juicio Final", de H. G. Wells



1

Tara-a-a-a.

Oí sin entender nada.

Ta-ra-ra-ra.

–¡Dios mío! –exclamé, todavía medio dormido–. ¡Qué ruido tan infernal!

Ra-ra-ra-ra-ra-ra-ra-ra-ra Ta-ra-ra-ra.

–Es suficiente –continué– para despertar... –y me quedé completamente parado. ¿Dónde estaba?

Ta-ra-ra-ra –más y más alto.

–Es un nuevo invento o...

¡Tara-tara-tara! ¡Ensordecedor!

–¡No! –dije a gritos para poder oírme a mí mismo–. Es la última victoria.

¡Ta-ra-a!

2

La última nota me sacó de la sepultura de un tirón como a un pececillo prendido del anzuelo. Vi mi lápida funeraria –un trabajillo bastante mezquino a cuyo autor me habría gustado conocer–, y el viejo olmo y la vista del mar se desvanecieron como una nube de vapor y luego todo a mi alrededor –una muchedumbre que nadie podría cuantificar: naciones, lenguas, reinos, pueblos–, seres humanos de todas las épocas en un espacio en forma de anfiteatro tan vasto como el cielo. Y en lo alto, frente a nosotros, sentado en una nube de un blanco deslumbrante que le servía de trono, estaba Dios, el Señor, y toda la hueste de sus ángeles. Reconocí a Azrael por su color oscuro y a Miguel por la espada, y el arcángel que había hecho sonar la trompeta la levantaba aún medio derecha.

3

–Puntual –dijo el hombrecillo que estaba a mi lado–. Muy puntual. ¿Ve el ángel con el libro?

Estaba agachando y estirando la cabeza para ver por encima, por debajo y entre las almas que se apiñaban a nuestro alrededor.

–Todos están aquí –comentó–. Todos. Ahora sabremos...

»Allí está Darwin –continuó–, cambiando súbitamente de rumbo. ¡Lo conseguirá! Y allá, ¿ve?, aquel hombre alto, de aspecto importante, intentando que la mirada de Dios, el Señor, se fije en él, es el Duque. Pero hay mucha gente a la que no conocemos.

»¡Oh! Allí está Priggles, el editor. Siempre he tenido curiosidad por las intimidades de los editores. Priggles era un hombre inteligente... Pero ahora sabremos... incluso acerca de él.

»Lo oiré todo. Disfrutaré de casi toda la diversión hasta que... Yo tengo la letra S.

Aspiró el aire entre los dientes.

–Personajes históricos también. Aquél es Enrique VIII. Habrá un buen montón de pruebas. ¡Oh, maldición! Es un Tudor.

Bajó la voz.

–Observe a ese tipo, justo delante de nosotros, todo cubierto de pelo. Paleolítico. Y ahí otra vez...

Pero no le hice caso porque estaba mirando a Dios, el Señor.

4

–¿Esto es todo? –preguntó Dios, el Señor.

El ángel encargado del libro –era uno de esos volúmenes interminables, como el catálogo de la biblioteca del Museo Británico– nos miró y pareció contarnos al instante.

–Sí, es todo –respondió, y añadió–: Era, oh Dios, un planeta muy pequeño.

Dios nos inspeccionó con la mirada.

–Comencemos –dijo Dios, el Señor.

5

El ángel abrió el libro y leyó un nombre. Era un nombre lleno de aes y sus ecos volvieron desde las partes más remotas del espacio. No lo cogí bien porque el hombrecillo junto a mí dijo en una brusca arrancada:

–¿Qué es eso?

A mí me sonó como Ahab, pero no podía ser el Ahab de las Escrituras.

Al instante una figurilla negra era elevada hasta una nube inflada a los mismos pies de Dios. Era una figurilla tiesa, vestida con ricas y extravagantes togas y con corona, que cruzó los brazos y frunció el ceño.

–¿Y bien? –dijo Dios bajando la mirada hasta él.

Tuvimos el privilegio de oír la respuesta: desde luego, las condiciones acústicas del lugar eran maravillosas.

–Me confieso culpable –declaró la figurilla.

–Cuéntanos lo que has hecho –dijo Dios, el Señor.

–Yo fui rey –explicó la figurilla–, un gran rey, y me dominaron la lujuria, el orgullo y la crueldad. Hice guerras y devasté países, construí palacios utilizando como mortero la sangre de los hombres. Escucha, oh Dios, a los testigos contra mí que claman venganza. Cientos y miles de testigos –hizo un gesto con las manos hacia nosotros–. ¡Y peor aún! Cogí a un profeta, a uno de tus profetas.

–Uno de mis profetas –dijo Dios, el Señor.

–Y como no se inclinaba ante mí, le torturé durante cuatro días y cuatro noches, y al final murió. Aún hice más, oh Dios, blasfemé. Te despojé de tus honores.

–Me despojaste de mis honores –dijo Dios, el Señor.

–Hice que me adoraran a mí en tus altares. No hubo maldad que no cometiera ni crueldad con la que no manchara mi alma. Y finalmente tú me castigaste, oh Dios.

Dios levantó ligeramente las cejas.

–Y me mataron en el campo de batalla. Así que aquí estoy ante ti, preparado para lo más profundo de tu infierno, sin osar mentir ni disculparme aprovechando tu grandeza, sino diciendo la verdad de mis iniquidades ante toda la humanidad.

Calló. Vi su rostro con claridad y me pareció blanco, terrible, orgulloso y de una rara nobleza. Pensé en el Satán de Milton.

–La mayor parte procede del Obelisco –dijo el ángel registrador con el dedo en la página.

–Sí, es cierto –dijo el tirano con un leve gesto de sorpresa.

Entonces, súbitamente, Dios se inclinó hacia delante y cogió con la mano a aquel hombre y le sostuvo en la palma como para verlo mejor. No era más que un diminuto y oscuro trazo en medio de la palma divina.

–¿Hizo de verdad todo eso? –preguntó Dios, el Señor.

El ángel registrador aplanó el libro con la mano.

–En cierto sentido –respondió el ángel registrador sin darle mayor importancia.

Ahora bien, cuando miré de nuevo al hombrecillo, su rostro había cambiado de una forma muy curiosa. Miraba al ángel registrador con extraña aprensión en la mirada y se llevó precipitadamente la mano a la boca. Bastó el movimiento de un músculo o así y toda aquella dignidad desafiante había desaparecido.

–Lee –ordenó Dios, el Señor.

Y el ángel leyó explicando con mucho cuidado y al detalle todas las perfidias del malvado. Fue todo un placer intelectual. Un poco atrevido en algunos pasajes, pensé yo, pero por supuesto el cielo tiene sus privilegios...

6

Todos se reían. Hasta el profeta del Señor a quien el malvado había torturado tenía una sonrisa en la cara. El malvado era en realidad un hombrecillo tan ridículo.

–Y entonces –leyó el ángel registrador con una sonrisa que puso a todos alerta–, un día en que estaba un poco irascible por comer en exceso, él...

–Oh, no, eso no –gritó el malvado–, nadie sabía eso.

»Eso no pasó –chilló el malvado–. Fui malo, malo de verdad. Malo con mucha frecuencia, pero no hice nada tan estúpido, tan absolutamente estúpido.

El ángel siguió leyendo.

–Oh, Dios –gritó el malvado–. No permitas que sepan eso. Me arrepentiré. Pediré perdón.

El malvado empezó a agitarse y a llorar en la mano de Dios. De repente la vergüenza le dominó. Hizo un desesperado movimiento para saltar por la base del dedo meñique de Dios, pero Dios le detuvo con un diestro golpe de muñeca. Luego corrió precipitadamente hacia el hueco entre la mano y el pulgar, pero el pulgar se cerró. Mientras tanto el ángel seguía leyendo y leyendo. El malvado corría de acá para allá por la palma divina y luego, de repente, dio la vuelta y escapó por la manga de Dios.

Yo esperaba que Dios le echara de allí, pero la merced de Dios es infinita.

El ángel registrador hizo una pausa.

–¿Sí? –preguntó el ángel registrador.

–El siguiente –ordenó Dios.

Y antes de que el ángel registrador pudiera vocear su nombre, una peluda criatura, vestida de harapos, estaba en la palma divina.

7

–¿Es que tiene Dios el infierno en su manga? –sugirió el hombrecillo que estaba a mi lado.

–¿Hay infierno? –pregunté yo.

–Si observa –comentó mirando entre los pies de los arcángeles–, verá que no hay ninguna indicación especial de la ciudad celeste.

8

–Él era el Señor de la Tierra, pero yo era el profeta del Dios de los Cielos –gritó el santo y todo el mundo se maravilló con la señal–. Pues yo, oh Dios, tenía conocimiento de las glorias de tu paraíso. No hubo dolor, ni penalidad, ni corte con cuchillos, ni astillas metidas entre la uña y la carne, ni carne arrancada a tiras que no padeciera por el honor y la gloria de Dios.

–Dios sonrió.

–Y finalmente fui, con mis harapos y mis llagas, oliendo a mis sagradas incomodidades...

Gabriel se echó a reír bruscamente.

–Y me puse en sus puertas, como una señal, como un milagro...

–Como un verdadero latazo –comentó el ángel registrador, y comenzó a leer sin tener en cuenta el hecho de que el santo estuviera todavía hablando de todas las cosas gloriosamente desagradables que había hecho para poder conseguir el paraíso.

Y, ¡atención!, en el libro, las acciones del santo también constituyeron una revelación, un asombro.

Parecía que no habían pasado diez segundos y el santo estaba corriendo de acá para allá en la gran palma de Dios. ¡Ni diez segundos! Y finalmente también él chilló haciendo aquella despiadada y cínica exposición, y también escapó, al igual que lo había hecho el malvado, adentrándose en la zona en sombra de la manga. Nos estaba permitido ver dentro de la sombra y los dos estaban sentados uno al lado del otro, despojados de todas las falsas ilusiones, a la sombra de la túnica de la caridad divina, como hermanos.

Y hasta allí escapé cuando me llegó el turno.

9

–Y ahora –dijo Dios cuando sacudió su manga arrojándonos al planeta que nos había destinado para vivir, el planeta que daba vueltas alrededor del verde Sirio, que era su sol–, ahora que me entendéis a mí y os entendéis unos a otros un poco mejor... intentadlo de nuevo.

Luego él y sus arcángeles se dieron la vuelta y de repente habían desaparecido.

El trono había desaparecido.

A mi alrededor había una tierra hermosa, más hermosa que las que había visto antes, yerma, austera y maravillosa, y estaba rodeado de las almas iluminadas de los hombres en cuerpos nuevos y limpios...

sábado, 27 de marzo de 2010

Fragmento de: El espejo en el espejo, de Michael Ende

Perdóname, no puedo hablar más alto.

No sé cuándo me oirás, tú, a quien me dirijo.

¿Y acaso me oirás? .

Mi nombre es Hor.

Te ruego que acerques tu oído a mi boca, por lejos que estés de mí, ahora o siempre. De otro modo no puedo hacerme entender por ti. Y aunque te avengas a satisfacer mi ruego quedarán bastantes secretos que tendrás que desvelar por tu cuenta. Necesito tu voz donde la mía falla.

Esta debilidad se explica quizás por la manera de vivir de Hor. Habita, hasta donde puedo recordar, un edificio gigantesco, completamente vacío, en el que cada palabra pronunciada en voz alta produce un eco interminable.

Hasta donde puede recordar. ¿Qué significa?

En sus diarias caminatas por salas y pasillos Hor sigue encontrándose a veces con el eco errante de algún grito proferido imprudentemente en otros tiempo. Le resulta muy penoso encontrarse así con su pasado, sobre todo porque la palabra pronunciada entonces ha llegado a perder forma y contenido hasta volverse irreconocible. A esos balbuceos idiotas no se expone ya Hor.

Se ha acostumbrado a utilizar su voz -si es que la utiliza- por debajo de ese umbral vacilante a partir del que podría producirse un eco. Este umbral se halla sólo un poco por encima del silencio total, pues la casa es de una sonoridad cruel.

Sé que exijo mucho, pero tendrás que contener incluso la respiración si te interesa escuchar las palabras de Hor. Sur órganos vocales se han atrofiado con tanto silencio -se han transformado.

Hor no podrá hablar contigo con mayor claridad que la que es propia de aquellas voces que oyes poco antes de quedar dormido.

Y tendrás que hacer equilibrios en el estrecho margen entre el sueño y la vigilia o flotar como aquellos para los que arriba y abajo significa lo mismo.

Mi nombre es Hor.

Mejor sería decir: me llamo Hor. ¿Pues quién, aparte de mí, me llama por mi nombre?

¿He mencionado ya que la casa está vacía? Quiero decir completamente vacía. Para dormir, Hor se acurruca en un rincón o se acuesta donde esté en ese momento, incluso en medio de una sala cuando las paredes están demasiado lejos.

La comida no le preocupa a Hor. La substancia de la que están hechas paredes y columnas es comestible -al menos para él-. Es una masa amarillenta, ligeramente transparente, que sacia muy de prisa el hambre y la sed. Además las necesidades de Hor son escasas en este sentido.

El paso del tiempo no significa nada para él. No tiene posibilidad de medirlo, excepto con el latido de su corazón. Pero éste es muy desigual. Hor no conoce los días ni las noches, siempre le rodea la misma penumbra.

Cuando no duerme, vaga de un lado a otro, pero no persigue ninguna meta. Es sencillamente un impulso, una necesidad que le divierte satisfacer. Sólo de vez en cuando llega a una pieza que cree reconocer, que le parece conocida, como si ya hubiese estado en ella en tiempos inmemoriales. Por otro lado, señales inconfundibles le permiten a menudo inferir que pasa por un lugar en el que ya estuvo una vez -una esquina mordisqueada, por ejemplo, o un montón de excrementos resecos-. Sin embargo, la pieza en sí le resulta a Hor tan extraña como las demás. Quizás las habitaciones se transforman durante la ausencia de Hor, crecen, se extienden o encogen. Quizás es el paso de Hor el que provoca estas transformaciones, pero a él no le gusta esa idea.

Que aparte de Hor alguien habite la casa, me parece imposible. Claro que no hay pruebas de ello debido a la inimaginable amplitud de la construcción. Es tan poco imposible como probable.

Muchas habitaciones tienen ventanas, pero éstas sólo se abren a otras piezas, generalmente más amplias. Aunque la experiencia no le ha enseñado hasta ahora nada diferente, a veces Hor imagina que llega a una última pared extrema cuyas ventanas ofrecen una vista de algo completamente distinto. Hor no puede decir lo que podría ser, pero a veces se entrega a largas reflexiones sobre ello. Sería falso afirmar que anhela esa vista -es sólo una especie de juego, un inventar intencionado de diversas posibilidades-. En sus sueños, sin embargo, Hor ha disfrutado a veces de tales vistas, aunque al despertar no recordara nada digno de mención. Sólo sabe que era así y que solía despertarse anegado en lágrimas. Pero Hor le da poca importancia, lo menciona porque es extraño...

Me he expresado mal. Hor no sueña nada, y no tiene recuerdos propios. Y sin embargo, toda su existencia está llena de los horrores y goces de experiencias que asaltan su espíritu a la manera del recuerdo súbito.

Claro que no siempre. A veces su espíritu permanece mucho tiempo como una superficie de agua inmóvil, pero en otros momentos estas experiencias le asaltan por todos los lados, le acosan, le golpean como rayos y entonces corre por los pasillos vacíos, se tambalea, hasta que cae agotado al suelo y se queda tumbado y vomita. Pues ante esto Hor se halla indefenso.

A la manera del recuerdo súbito. ¿Lo dije así?

Me llamo Hor.

¿Pero quién es: yo-Hor? ¿Soy sólo uno? ¿O soy dos y tengo las experiencias de aquel segundo? ¿Soy muchos? ¿Y todos los demás que son yo viven allí, fuera de aquel extremo y último muro? ¿Y todos ellos no saben nada de sus experiencias, nada de sus recuerdos, porque éstos no pueden quedarse afuera con ellos? Ah, pero con Hor sí se quedan, viven con su vida, le acometen sin compasión. Se funden con él. Tira de ellos como de una cola que se arrastra interminable por las salas y habitaciones y sigue creciendo y creciendo.

¿O acaso os llega también algo de mí a los que estáis ahí fuera, a uno o a muchos, que sois uno conmigo como las abejas con la reina? ¿Me sentís, miembros de mi cuerpo disperso? ¿Oís mis palabras inaudibles, ahora o sin tiempo? ¿Acaso me buscas tú, mi otro? ¿A Hor que eres tú mismo? ¿A tu recuerdo que está conmigo? ¿Nos aproximamos a través de espacios infinitos como estrellas, paso a paso e imagen por imagen?

¿Y nos encontraremos una vez, algún día o sin tiempo?

¿Y qué seremos entonces? ¿O no seremos ya? ¿Nos anularemos mutuamente como el sí y el no?

Pero entonces verás: yo he guardado todo fielmente.

Mi nombre es Hor.