domingo, 6 de noviembre de 2011

Una mañana

Contadas las horas del día
quedan mientras tus ojos se abren y miran
un momento
el techo y luego la ventana, y luego el recuerdo,
y luego a esa que soy yo,
que está más con tu cuerpo que contigo.

Caes en mis manos, deseo,
deseo andante, con nombre, con sueños,
caes aquí, 
aquí, en medio de mis piernas (y alegrías),
en medio de la nada, del mal intermitente,
del movimiento abrupto, de la voz que pide
corrupción a gritos sordos.

Contadas, pues, las horas de espera
de letras que son lunares en rostros lejanos,
y caricias de manos de ausencias que duelen,
de sabores fantasmas de labios-ensueños,
de vigilias... de vigilias.
Atrapado estás entre vigas de cristal suave
que se enlazan en tu espalda
como buscando apuñalarte.

Apuñálame tú a mí.
Entra en las cavernas que ante ti se abren
en una tierra de piel cálida, blanca arena;
escucha los ecos-respiraciones.
Porque juntos, tú, yo y la carne, nos iremos
en la muerte violenta del orgasmo.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Ensayo sobre las máscaras

Es curioso cómo una máscara suele aparecer incluso cuando una persona se cree más honesta. Aparece en forma de viento que agita un mechón de cabello; que le da al amante una perspectiva inefable de la amada. Ese mechón que se agita realza la belleza de esta, de tal manera que todo lo antecede a ese momento -que regularmente vendrá acompañado de una sonrisa mutua, y un silencio amoroso- se convierte en la negación de ese amor tan natural que, sin embargo, gracias al XIX y su Romanticismo seguimos ensalzando. Esos momentos fotográficos construyen, pues, máscaras en las máscaras. Una perspectiva enamora o mata, una sombra realza o esconde. Las máscaras somos nosotros. El amor es la entrega de algo que está bajo la máscara, que se mantiene indiferente incluso a las palabras: a esos "te amo" dudosos. La entrega de lo inefable, de eso que ni siquiera nos pertenece a nosotros mismos, es la redención. Las máscaras son sólo intermediarias.