miércoles, 15 de septiembre de 2010

Unas palabras a Asterión




Estas líneas, Asterión, siempre han sido tuyas. Tan tuyas que cada vez que las leo pienso invariablemente en ti:

«El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.»

Mas he de decir que me sigue gustando más la idea de que Ariadna se convierta, como tú, en parte del laberinto.


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