Lo que Teseo no sabía era que Ariadna había pasado gran parte de su infancia acompañando a su hermano. Asterión dominaba el lenguaje con maestría, gracias a las tempranas lecciones que había recibido de ella. Cuando los cuernos de aquel eran apenas diminutos asomos de hueso, solían caminar por el laberinto tomados de la mano.
-¿Me querrás siempre, hermano? -preguntó un día la niña.
-Siempre -respondió la bestia-niño.
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