Estas líneas, Asterión, siempre han sido tuyas. Tan tuyas que cada vez que las leo pienso invariablemente en ti:
«El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.»
Mas he de decir que me sigue gustando más la idea de que Ariadna se convierta, como tú, en parte del laberinto.
«El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.»
Mas he de decir que me sigue gustando más la idea de que Ariadna se convierta, como tú, en parte del laberinto.
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